La ganadería argentina no termina de despegar. La combinación de un atraso cambiario con nuevos costos complica la rentabilidad del sector.
Que la carne vacuna es el producto más emblemático de la Argentina es bien sabido. Y su calidad en el mundo es indiscutible, ahora también por varios países asiáticos que recién están descubriendo este tipo de alimento.
Fue la columna vertebral económica en el arranque del país con los conquistadores, a partir de los saladeros y el tasajo aún antes de la colonia, y luego, con la aparición de los buques frigoríficos comenzó el crecimiento exponencial hacia fines del siglo XIX, a partir de las exportaciones de ultramar. Era la época en que Europa era la Meca del mundo.
El reinado absoluto de “la carne” se mantuvo prácticamente medio siglo hasta que, con el aumento de la inmigración, comenzó recién la agricultura con la que convivió, se alternó y se potenció aprovechando también los avances de “ los verdes”.
Pero a pesar de sus posibilidades y su extraordinaria calidad, se puede decir que la ganadería local está estancada hace un cuarto de siglo. De hecho, varios países vecinos ya exportan más que Argentina, y están sanitariamente mucho más avanzados.
Datos como el rodeo de más de 220 millones de cabezas de Brasil ( cuando en los ‘70 era del mismo tamaño que el argentino); los volúmenes de exportación de todo el resto del Mercosur y ¡los destinos!; los avances sanitarios y de manejo que permitieron que algunos de ellos ya dejara de vacunar contra la aftosa, mientras otros han disminuido las dosis (y sensiblemente los costos sanitarios), son solo algunos de los indicadores del espectacular retroceso de Argentina, otrora el modelo ganadero en el que se miraban el resto de los países productores, y hasta la envidia de Inglaterra que veía en esta punta de Sudamérica un volumen de “ Mochos negros”, o Aberdeen Angus, mucho mayor que el británico.
La pregunta obligada para muchos es: ¿Cómo se llegó a esta caída? Pues por varios caminos en los que la responsabilidad pública, y la privada, tuvieron mucho que ver .
En primer lugar hay que recordar que la carne vacuna fue el producto históricamente más intervenido por los distintos gobiernos (democráticos y militares), que salvo poquísimas excepciones, como la libertad de mercados de los ‘90, las políticas oficiales no apostaron, en general, a la producción, como si está fuera imposible de hundir (¿Cómo el Titanic?).
Controles de precios, vedas, cierre de exportaciones, o retenciones, fueron solo algunos de los muchos instrumentos públicos que pesaron históricamente sobre la ganadería vacuna. Además, los problemas sanitarios y las no siempre adecuadas formas de solucionarlos, contribuyeron a imponer un freno productivo a lo largo del tiempo.
Pero el sector privado también tuvo lo suyo, como el rechazo a los distintos intentos de aplicación de la Ley Federal de Carnes que hubiera incentivando la modernización del sector; las irregularidades fiscales en distintos eslabones de la cadena; el incumplimiento de normas sanitarias, incluido el contrabando (en su momento) de hacienda desde zonas “sucias” por ventajas económicas, o la adopción de determinadas posiciones (a favor o en contra) de ciertas medidas, más por interés particular que por el beneficio colectivo, o para el crecimiento del país.
Así se llegó al 31 de diciembre pasado con un stock de 52,78 millones de cabezas, casi 3% inferior al del año previo que es, incluso, más bajo que el que había en Argentina en 1977 cuando se habían superado los 61 millones de cabezas.
Sin embargo, la caída más marcada se dio entre 2007 y 2011, cuando se perdieron más de 11 millones de cabezas, que no se llegaron a recuperar totalmente ya que aún se está 5,8 millones por debajo de los 58 millones de entonces.
Y el escenario tampoco es demasiado alentador. Es que aunque se reviertan los relativos bajos precios internacionales, la Argentina no tiene mucho más carne vacuna para exportar que alrededor de un millón de toneladas. No hay más ni siquiera con la baja de 50% que sufrió el consumo interno en los últimos años, y tampoco se puede esperar que aumente abruptamente la producción. Es más, en parte por la seca, y por otro lado alentada por la demanda para China, los porcentajes de hembras en la faena fueron altos estos últimos años (aún ahora), rondando cerca de 50%.
Se podría pensar entonces en mejorar los precios de colocación en el exterior, dado que más de 70% se exporta a China, en cortes de más bajo valor, mientras que la Cuota Hilton de altos precios no se llegó a cumplir tampoco en el último período por falta de novillos.
Ni siquiera desde la zona “libre sin vacunación” del sur, que podría entrar cómodamente a Japón y otros mercados muy exigentes, se está exportando y se prefiere colocar (a muy altos precios) en el desabastecido mercado patagónico.
Es evidente que falta una política, pero de eso no se habla. Las organizaciones del campo no la proponen seriamente, y el actual Gobierno, no la plantea (¿aún.?)… Y, aunque es cierto que acaba de bajar 10 puntos el Impuesto PAIS y tal vez con el tiempo, eso tenga algún impacto positivo; o que eliminaron las retenciones para exportar todas las categorías de vaca, en tanto se bajó 25% la de todas las demás categorías (de 9% a 6,75%); igual que se removieron una cantidad de restricciones al comercio interno y externo, eso no alcanza para modificar la tendencia. Apenas constituyen señales positivas, pero absolutamente insuficientes.
Es que simultáneamente, subieron los costos de producción, el tipo de cambio no contribuye a favorecer las exportaciones (“vuelve a atrasarse”, sostienen los operadores), y aparecen nuevos gastos que licúan los beneficios anteriores. Por caso, aunque trascendió (no oficialmente) que los precios de la vacuna antiaftosa a aplicar el próximo mes “mantendrá retraído su aumento” (como se decidió en marzo pasado), sigue siendo comparativamente mucho más cara que en los países limítrofes. Aproximadamente, U$S 1,5 vs U$S 0,50 por dosis. Tampoco se sabe porque siguen sin abrirse las importaciones, demoradas ya seis meses. También, se desmintió la suspensión de vacunas para algunas categorías, dados los más de 20 años sin casos en el país, lo que iba a abaratar sensiblemente el panorama.
Pero tampoco es lo único que genera malestar entre los ganaderos, pues la exigencia de la Unión Europea de certificar la carne “libre de deforestación” para ingresar a su mercado, aunque sea optativa, y el mercado comunitario sea ahora un pequeño porcentaje de las ventas, igual acrecentó el malestar. Tampoco se difunde demasiado que ya más de 17 países se oponen a esa medida.
Como si fuera poco, la decisión oficial de identificar a todo el rodeo con caravanas electrónicas desde el 1º de enero, terminó de colmar la paciencia.
Es que mientras algunos técnicos entendían que la medida debía ser progresiva, otra parte del ala económica, cree que debe ser completa desde el vamos. La realidad es que nadie sabe aún como será el procedimiento final.
Lo que está claro es que en el mercado local, las caravanas electrónicas cuestan entre U$S 1,5 y U$S 2,50 (entre U$S 80-150 millones de costo extra para los ganaderos). Algunos recuerdan que cuando hubo que identificar la carne de caballo para exportación, las caravanas las compró en China directamente el exportador, a U$S 0,40 cada una, mientras que en Paraguay parece que están a U$S 0,10, lo que implicaría un costo totalmente afrontable hoy por la empresa ganadera.
Pero claro, para eso, se tendría que permitir la importación, y nadie se anima a asegurar que no va a ocurrir lo mismo que con las vacunas contra la aftosa que se cree que su entrada al país podría dilatarse hasta la segunda ronda del 2025, o sea, recién dentro de un año. Y eso también significa un costo extra para los productores, que fácilmente podría evitarse, de al menos otros U$S 100-150 millones.
Algo así como que lo que le dan con una mano, se lo sacan (o se lo dejan sacar) con la otra….
Difícil pensar que de esta forma se pueda recuperar la ganadería vacuna, sin plan (ni público, ni privado), para salir del estancamiento, y sin nadie que, aparentemente quiera cambiar el status quo actual.
Una sola cosa es sabida: haciendo lo mismo, se conseguirán los mismos resultados; y los países de alrededor ya cambiaron.
FUENTE: Más Producción
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