El futuro está en la sustentabilidad de la cadena, en su aceptación social y en la confianza del consumidor.
Los argumentos respecto de los (eventuales) perjuicios que conlleva la actividad ganadera bovina en el mundo (y en el país, naturalmente) pierden eficacia día a día, pero el sector es conciente de que es observado y tiene que seguir rindiendo cuentas sobre qué hace, cómo lo hace y dónde lo hace.
¿Está mal? En absoluto. De hecho, son los propios protagonistas quienes se han encargado de someterse a todos los exámenes necesarios que avalen su producción (sustentable y sostenible) en uno de los ítems alimentarios de mayor sensibilidad en todo el planeta, como es la carne vacuna.
La Dra. Jude L. Capper, de la Universidad Harper Adams, en Shropshire, Reino Unido, y presidenta de la Cátedra ABP de sistemas sustentables de Carne de Vacuno y Ovino y una de las mayores consultoras sobre el tema, lo explica de esta manera: “La producción de carne vacuna ha mejorado en forma sensible su huella de carbono gracias a la reducción de emisiones de CO2 en toda la cadena y al aumento de la productividad global y de la eficiencia de conversión. En este sentido, las mejoras en la productividad reducen el impacto ambiental de la actividad ganadera. Y temas como calidad y producción de forrajes, sanidad, eficiencia global de alimentación, longevidad, fertilidad y habilidad materna de los rodeos y el rendimiento de carne final al gancho son cuestiones que más impactan en el mejoramiento de la productividad”.
Ya con anterioridad, Capper había comentado la sustentabilidad de toda la cadena, su aceptación social y la confianza del consumidor como centrales en el futuro de la producción ganadera.
“Se entiende que los datos e informaciones sustentadas en ciencia deben ser superadores de la percepción de los consumidores basada en información poco confiable, así como los problemas ambientales no están sólo limitados a las emisiones que se producen, sino también a cuestiones como degradación de suelos, pérdida y lavado de nutrientes, ineficiencia en el uso del agua, contaminación del aire y del agua y demás”, añade.
Más atrás aún en el tiempo, en el año 2013, cuando le preguntaron acerca de una definición de sustentabilidad, un concepto que por entonces comenzaba a ser considerado relevante (por decirlo de alguna manera), dijo: “Transformar forrajes y subproductos que no podemos comer en alimentos. Bueno, eso es sustentabilidad”.
También anunció entonces que se iban a requerir —como sucede ahora— los índices de sustentabilidad de la producción de carne, como huella de carbono, de agua y reducciones de uso de antibióticos y de emisiones, lo que contribuiría en una mayor confianza y aceptación por parte de los consumidores.
Dra. Jude L. Capper, de la Universidad Harper Adams, en Shropshire, Reino Unido.
La exigencia de los principales mercados —o compradores— mundiales de carne vacuna comenzó por la trazabilidad, pero se hace extensiva a un mayor número de requisitos como, por ejemplo, que a partir del 1 de enero de 2025 sólo importarán si el animal fue criado a campos que no hayan sido deforestados.
Este punto no es menor, ya que este tipo de exigencias para la carne se derramarán sobre otros productos, con todo lo que ello conlleva para un país exportador pleno como la Argentina.
También en 2013, los veganos y vegetarianos eran sólo el 5 % de los consumidores; los flexitarianos el 10 % (se trata de vegetarianos que incluyen proteína animal en menor proporción) y el resto (85 %) incluyen proteína animal en sus dietas. Estas cifras se han ido trastocando con el paso de los años por múltiples razones (a la baja en el consumo de proteínas animales), que van desde cuestiones culturales, de precio, de comercialización y hasta de época.
Capper, quien también es filósofa, ya contaba con información trascendente: “La eliminación de proteína animal en la dieta tiene un impacto muy menor en las emisiones globales de CO2: entre el 2 y el 4 %. Y la fijación y/o secuestro de carbono a través de la fotosíntesis en la producción de pasturas y forrajes que se consumen en la producción ganadera permite la obtención de balances de carbono neutros y/o positivos de la actividad en distintas regiones”.
Fuente: lanueva.com
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