El mayor salto tecnológico de la ganadería argentina fue la llegada del silo de maíz. Fue el artífice necesario para que la Segunda Revolución de las Pampas permitiera ganar espacio territorial, para aprovechar el aluvión agronómico de la siembra directa, la biotecnología, la nutrición y el control de malezas. Así, pasamos de 40 a 150 millones de toneladas de granos en apenas 30 años.
- No hay tambo, ni engorde novillos, sin silo de maíz, un hito tecnológico de la Segunda Revolución de las Pampas.
- Permitió liberar tierras para que la agricultura triplicara su producción en 30 años.
Y lo notable fue que pudimos conservar el stock ganadero. A pesar de haber cedido más de 10 millones de hectáreas a la nueva agricultura, logramos mantener el stock ganadero, tanto para la producción de carne como para la de leche. No fue magia, fue el silo de picado fino.
En otras palabras, con menos de 2 millones de hectáreas de silo de maíz planta entera, se compensó la transferencia de cinco veces más superficie a la nueva agricultura, que además se convirtió en la más eficiente del mundo en términos económicos y ambientales. Nadie produce tanto por litro de gasoil consumido, por milímetro de agua de lluvia caído durante el cultivo, y por kilo de fertilizante empleado.
En la web de Clarín Rural hay una excelente nota de Juan Bautista Raggio, recogiendo la celebración, en Sunchales, de los 30 años de la llegada de las primeras picadoras automotrices Claas a la Argentina. Bien homenajeado el artífice indiscutido de aquel momento, Hernán Pueyo, desde la cooperativa Integral Insumos vinculada a SanCor.
Agrego algo: la epopeya había comenzado quince años antes con pequeñas picadoras de arrastre, como la 4710 de Mainero, de dos surcos. Se habían inspirado en las Fox que trajo Raúl “Rula” Firpo para La Danesa, en Canals. La famosa cabaña Angus encerraba sus toros en un feedlot base silo de maíz.
Las de Mainero se ensayaron en el tambo La Palmira, de don Ernesto Pulenta en Ordóñez (cerca de Bell Ville, donde estaba Mainero). Pioneros como Alberto Hardoy se organizaron con un contratista para hacer los pininos en silo de maíz en su tambo Las Raíces Viejas, en Junín. Al año, otros miembros de su CREA Lincoln, lechero, se lanzaron a la aventura.
Mientras tanto, los hermanos Aguirre Saravia habían desarrollado un gran tambo en Santiago del Estero, base alfalfa bajo riego y silo de maíz. Trajeron una picadora New Holland, una gran especialista.
Luego Las Taperitas, de Williner, en El Trébol. Todos ellos tocados por la varita mágica de la intensificación, entendiendo que había que independizarse del pasto de cada día. Y también, de la estacionalidad.
No solo era cuestión de explotar la “función campo”, dedicado a producir forraje de calidad todo el año. Pasturas, verdeos. También había que mirar la “función vaca”, cuyo potencial de transformación venía creciendo a los saltos con la incorporación de nueva genética. Imposible explotar ese potencial en los modelos tradicionales: pastoreo y suplementación en el tambo.
Enseguida “la vio” Luis Marcenaro, con su equipo agronómico en La Serenísima. Mastellone subsidiaba el uso de balanceados, pero eso tenía un límite y no resolvía el tema de fondo: contar con una base forrajera estable todo el año. Muchos de sus profesionales se convertirían en grandes contratistas forrajeros. La llegada de Claas les abrió el camino a todos ellos.
Hoy no hay tambo sin silo de maíz. La mayor parte del engorde de novillos se termina con silo de maíz, planta entera o grano húmedo (la otra revolución). Se abrió paso el carro mezclador (mixer), los patios de comida, los encierres, los comederos de hormigón. Y ahora, con techito por si llueve, controlando el ambiente y –cada vez más—la recogida de la bosta, los carros estercoleros, el reciclado de nutrientes. Los biodigestores, agregando la generación de energía renovable en establecimientos de mayor escala. Con el atributo adicional, aún no medido suficientemente, de la mejora de la huella ambiental.
Fuente: Héctor Huergo – Clarin
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