A principios de febrero, como quien prepara un asado de domingo a fuego lento, comenzó a instalarse nuevamente el tema “peso mínimo de faena. Las autoridades de Carbap lo ponen sobre la mesa y posteriormente CAF hace una encuestacuyos resultados, de dudosa interpretación estadística, son expuestos en diversos medios; por último, el tema se sazona con artículos sobre “porqué llega la carne con exceso de grasa a la carnicería”.
Al tiempo que se suspendía por cuestiones de agenda la presencia del presidente Mauricio Macri en la última reunión de la Mesa de Carnes, se organizaba una excursión a India con no pocos miembros de Agroindustria y referentes de instituciones afines al sector agropecuario; excursiones del tipo a los que ya estamos acostumbrados, con anuncios rimbombantes, felicitaciones de un lado y otro, fotos, sonrisas y abrazos que a la larga dejan sabor a poco y, por otro lado, CRA organizaba el evento ArgenCarne al tiempo que los tres departamentos de mayor producción ganadera de la provincia anfitriona (Santa Fe) se encontraban literalmente bajo agua.
Entonces, como si nadie lo hubiera sospechado, se publica “buenamente” en el Boletín Oficial de la Nación la resolución 74/19, la cual baja el peso mínimo de faena en hembras a 140 kilos (-25 de carne con respecto a la anterior y -50 a -60 kilos vivos, dependiendo del rendimiento del animal al gancho), pero mantiene en 165 kilos res con hueso el peso del macho, con la no menos curiosa (por el cause interpretativo discrecional que deja abierto) excepción de animales que por razones sanitarias o nutricionales no logren alcanzar el peso establecido, siempre y cuando su destino comercial sea conserva y/o manufactura y/o chacinados.
Al margen de los argumentos de floja consistencia tanto desde el lado de los que festejan como de los que rechazan la medida –en este mismo espacio y en consonancia con lo ya expuesto– un año atrás humildemente se invitaba a pensar a los diversos actores de la cadena, a las instituciones y a la estéril, pero no menos dañina, Mesa de Carnes, lo siguiente:
Luego de otro año transcurrido –y ya son catorce y van– la dirigencia sectorial sigue sorprendida por problemas de coyuntura. O quizás no terminan de caer en la cuenta de que lo que viene ingresando a los feedlots –algo que no es por cierto reciente– son terneros de 100 a 140 kilos, los cuales inevitablemente terminan “engrasados”. Este problema, que se exacerba por cuestiones climáticas, se origina en realidad por causas económicas y financieras. ¿O acaso nadie se preguntó porque muchos ganaderos prefirieron vender en diciembre/ enero/febrero pasado terneros de 120 kilos en lugar de asumir el riesgo de recriarlos, engordarlos y venderlos dos años después adelantando la zafra? Y no estamos hablando de una cuestión de eficiencia productiva, porque si un empresario ganadero no fuera eficiente, no podría permanecer en el mercado en las actuales condiciones.
Que no se haya defendido al sector de una prohibición no deja de ser menos curioso a que se haya dejado transcurrir otro año sin desarrollo de proyectos orientados a propiciar el aumento de la producción de carne vacuna por medio de incentivos que contribuyan a incrementar el peso de faena.
Entonces deberíamos preguntarnos: ¿Es necesario mantener una prohibición? ¿O es necesario, en cambio, presentar un proyecto serio, viable, concreto que aliente a producir más kilos de carne por cabeza y que trascienda a más de un gobierno?
Fue necesario dejar transcurrir otro año cuando, a ciencia cierta, se sabe que el frame, nivel de productividad, etapa de crecimiento, peso mínimo al inicio del engorde, la restricción nutricional previa y la raza hacen a la terminación y engorde de animal; que en lugar de impedir, lo que es más conveniente hacer es fomentar la recría, apoyando al criador para que no se desprenda de su destete en 120/140 kilos, sino que pueda venderlo recriado; que aquel invernador o feedlotero compre esa invernada recriada en 250/350 kilos, según sea el destino final, y termine un animal más pesado, de manera tal que el negocio le resulte rentable a todos. O que, simplemente, en lugar se presentarse de manera ineficiente en un mostrador la hembra finalmente y en mayor medida pueda cumplir su función de bien de uso.
¿Catorce años y a nadie se le ocurrió que el empresario ganadero no necesita una prohibición para producir más, sino que requiere un horizonte de planificación, una política de producción acorde que aliente a la misma con un objetivo en común (producir más con menos) y que su negocio, después de un ciclo biológico de tres a cuatro años, sea rentable?
Otro año perdido de un total de catorce que lleva la limitación. Nuevamente, la realidad nos viene a confirmar la falta de interés en el sector del cual se espera mucho del mismo y lo único que recibe son medidas fuera de timing, mal tomadas, sin convencimiento y porque no queda otra.
El contexto se agrava, el proceso de liquidación se acelera, futuros bienes de uso serán transformados en bienes de cambio ineficientes en producción de kilos, pero bueno para el negocio financiero de unos pocos. Están jugando con fuego, siguen hipotecando el futuro, prometiendo al mundo productos que en un mediano plazo, de mantenerse las actuales condiciones, no van a estar disponibles.
Mientras tanto, nosotros, los pacientes de siempre, seguimos luchando por no perder la fuerza, para que no nos quiten los que nos queda de resto, con la esperanza de que en un futuro el fruto de nuestro apasionado trabajo deje de considerarse un bien social, un bien que goza de la falsa creencia de que debe ser bueno, bonito y barato.
Revisemos la naturaleza de la batalla. La suerte está echada.
Virginia Buyatti. Empresaria ganadera del norte de la provincia de Santa Fe.
Fuente: valor soja