INTRODUCCIÓN
El lenguaje forma parte de la evolución de nuestra especie. Este desarrollo evolutivo ha dado pauta al inicio de diferentes formas de comunicación para la expresión de emociones y la generación de conductas ante distintos estímulos del entorno. Así es como, desde la antigüedad, los estudiosos de esta temática, han comparado y contrastando el lenguaje humano con la comunicación animal, pero este interés se ha acrecentado en las últimas décadas. Este hecho ha llevado a avances impresionantes para comprender científicamente la comunicación animal en diversos niveles, que van desde el estudio de la física básica en la producción vocal, hasta las investigaciones que pretenden explicar los mecanismos neuronales que controlan la emisión y la percepción de las vocalizaciones, e incluso los componentes genéticos que subyacen en el desarrollo de estos mecanismos neurales (Brainard et al., 2014). El estudio de las emociones en animales ha recibido un creciente interés en las últimas décadas y con ello surgió una nueva disciplina llamada Neurociencia afectiva (Panksepp, 1998).
Un nuevo reto para la etología aplicada es lidiar con una gran cantidad de especies de animales, los cuales tienen diferentes repertorios conductuales y emocionales. Sin embargo, el comportamiento, la estructura y la química cerebral, son similares en humanos y en un gran número de especies animales. Por ello, los animales al igual que nosotros, somos capaces de experimentar no sólo las emociones negativas, sino también las positivas (Boissy, et al., 2007).
En los animales, las vocalizaciones se han utilizado como indicadores de emociones y bienestar; sin embargo, una vocalización se puede atribuir a un estado interno distinto al contexto en el que es emitida; por lo tanto, el significado de la emisión es subjetivo y la reacción de un conespecífico será la que defina el significado comunicativo que le atribuye el oyente (Manteuffel et al., 2004).
Dentro de la comunicación no verbal, el lenguaje corporal es muy importante. Uno de los más evidentes es el movimiento de la cola y las orejas en los animales. Los movimientos de la cola se pueden dividir en elevación y descenso. Estos movimientos están estrechamente asociados con el tono postural y los movimientos laterales de la cola. Por ello, un relajamiento en el tono postural del apéndice (cola), se relaciona con el miedo y una cola erguida, con el estado de alerta o advertencia (Kiley-Worthington, 1976).
Por otro lado, algunos estudios han demostrado que las orejas son esenciales para recopilar información del entorno que posteriormente se integra y evalúa el sistema nervioso para que el animal responda con una conducta particular (Manteuffel, 2006).
Además, la postura de orejas y cola son indicadores útiles sobre las emociones positivas y negativas que experimentan los animales. Como ejemplo de ello, Reimert et al. (2012), demostraron en cerdos, que los movimientos de las orejas y de la posición de la cola se produjeron con mayor frecuencia ante un evento gratificante en comparación con un evento aversivo.
El objetivo del presente artículo, es destacar los aspectos relevantes en relación al sistema límbico y la manifestación de las emociones de los animales mediante del lenguaje corporal, específicamente a través de los apéndices (cola y orejas). Además se describirá el papel que juega el sistema nervioso central en la comunicación de los animales y de esta forma comprender la importancia de la cola y orejas en el estado de confort y nivel de bienestar animal.
EL SISTEMA LÍMBICO Y LAS EMOCIONES
Emociones positivas y negativas
Todos los animales (incluído el ser humano) somos capaces de percibir y asimilar información tanto del espacio externo que le rodea como de su propio interior, captando de forma consciente o inconsciente, las señales que el mismo cuerpo emite desde cualquier parte de este. El sistema nervioso es el encargado de recibir y emitir dichas señales, gestionando y organizando las diversas labores y actividades del cuerpo. El sistema nervioso está formada por el sistema nervioso central (SNC), en cual comprende el encéfalo y la médula espinal; y el sistema nervioso periférico (SNP) el cual se compone de todos los nervios que parten del SNC y se extienden a lo largo del cuerpo (Rovira, 2018). Es en el encéfalo, en dónde se encuentra el sistema límbico, el cual es un conjunto de estructuras con límites difusos que están especialmente conectadas entre sí y cuya función tiene que ver con la aparición de los estados emocionales o con aquello que puede entenderse por «instintos». El miedo, la felicidad o el enojo, así como todos los estados emocionales llenos de matices, tienen su principal base neurológica en esta red de neuronas (Triglia, 2018).
El sistema límbico es una parte del cerebro que incluye el tálamo, el hipotálamo y la amígdala cerebral (Figura 1) y regula las emociones, la memoria, el hambre y los instintos sexuales en animales. Se ha puesto de manifiesto la amplia capacidad de sensibilidad de los animales, incluyendo a los humanos. Es en el sistema límbico donde se desarrollan las emociones positivas o negativas ante ciertos estímulos ambientales. Por esta capacidad de exhibir emociones, a los animales se les ha atribuido la capacidad de ser sintientes, esto es, los animales son seres sensibles, capaces de experimentar emociones como miedo, dolor, frustración, alegría y satisfacción (Spinka, 2012).
Existe una marcada relación entre las emociones y el proceso cognitivo. La cognición tiene que ver con el procesamiento de la información y se refiere a los procesos involucrados en la adquisición, almacenaje y manejo de la información (Boissy, et al., 2007). De acuerdo con la mayoría de los psicólogos, no puede haber emociones sin alguna forma de cognición previa (Scherer, 1987). La palabra emoción deriva del latín emotio, que significa “movimiento”, “impulso”. De acuerdo con Dantzer (1988), una emoción es una respuesta afectiva a un evento que está asociado a cambios corporales específicos y se describe a través de un componente conductual (una postura o una actividad), un componente autónomo (respuestas viscerales y endocrinas) y un componente subjetivo (experiencia emocional o sentimiento). Las emociones se refieren al proceso por medio del cual el animal adquiere la habilidad de evitar algún daño o castigo y obtiene recursos valiosos o recompensas (Boissy, et al., 2007).
Las respuestas emocionales generalmente se evalúan mediante pruebas de comportamiento, que a menudo utilizan de manera experimental los eventos que los animales pueden enfrentar en campo y en las unidades productivas (Desiré et al., 2002).
Para la investigación de las emociones, es necesario contar con el conocimiento que aporta la etología aplicada, lo cual permite seleccionar la adecuada técnica de investigación y con ello asociar la emoción que expresan los animales a través del comportamiento (Boissy, et al., 2007).
La expresión de las emociones ha evolucionado en los animales a través del tiempo y cumple una serie de funciones biológicas, que incluyen: localizar e identificar conspecíficos, ayudar ante interacciones agonísticas, alarma, movilizar y reclutar o calmar a otros conspecíficos, así como una serie de afiliaciones (Brudzynski, 2010).
La evaluación conductual, neural y fisiológica, como los comportamientos apetitivos y de evitación, la neurotransmisión opioide y dopaminérgica, los niveles de glucocorticoides o la dinámica de la frecuencia cardíaca se han utilizado como indicadores de estados afectivos positivos y negativos (Spinka, 2012).
El vínculo entre los estados afectivos y el funcionamiento cognitivo que puede registrarse, como la evaluación «optimista» versus «pesimista» de estímulos ambiguos por parte de animales en estado de ánimo positivo o negativo, se ha examinado como otra ventana hacia el lado emocional de las emociones animales (Paul et al., 2005).
EXPRESIÓN CORPORAL DE LAS EMOCIONES
El intercambio de información por medio del lenguaje corporal tiene una amplia difusión. Varios animales, así como los humanos, usan el lenguaje corporal como una señal de sus intenciones, ya sea solo o en combinación con otras formas de comunicación y todos los mamíferos que viven en estrecho contacto con los humanos aprenden el significado de nuestro lenguaje corporal (Ladewig, 2018).
Boissy et al., (2011) mencionan que, en los seres humanos, la disponibilidad de posturas conductuales análogas a las expresiones faciales podrían ser extremadamente valiosas para la evaluación de las emociones de los animales. La evaluación de la relación humano-animal es importante para la determinación de los comportamientos asociados con la expresión de emociones que desencadena la activación del sistema límbico, donde los sistemas del lóbulo temporal medio, como la amígdala y el hipocampo, se han investigado principalmente en la memoria asociada a la emoción. La amígdala está especializada en el procesamiento de las emociones, mientras que el hipocampo es esencial para la memoria episódica (Phelps, 2004).
El comportamiento de juego es un candidato probable para indicar estados positivos y emociones positivas (Horback, 2014; Mellor et al., 2009); sin embargo, el comportamiento de juego disminuye durante las experiencias negativas, como el dolor, y algunos autores lo consideran un indicador del bienestar animal (Brown et al., 2015; Mintline et al., 2013).
Función del Sistema Nervioso
Lateralización cerebral
Cuando se habla de comportamiento animal, la comunicación que el individuo desarrolla como respuesta a un estímulo externo será vital para poder expresar el comportamiento natural del animal de forma óptima, no solo de forma individual, también existirá un desarrollo social en el cual hay un intercambio de información con el medio que lo rodea. Dicho comportamiento puede ser provocado por otro conspecífico dando como resultado marcaje de territorio, conducta de juego, o agresión, entre muchos otros (Mota-Rojas et al., 2016).
El cerebro de los mamíferos está dividido en dos hemisferios, el izquierdo y el derecho. Además existe un entrecruzamiento de nervios a la altura del bulbo raquídeo, es decir, el lado derecho controla y recibe información de la mitad izquierda y viceversa. A este entrecruzamiento se le conoce como decusación piramidal (Tortora y Derrickson, 2013). Asimismo, es importante señalar que los hemisferios cerebrales han sido relacionados con actividades especializadas dominantes para cada uno ellos (Fox, 2016). Entre ellas, la memoria a corto plazo ejercida por el hemisferio izquierdo, por el contrario, la responsabilidad del control de la memoria espacial y la activación del sistema nervioso simpático corresponden al hemisferio del lado derecho (Bianki, 1988; Chernisheva, 2006). Los procesos neuronales en el hemisferio derecho implican la utilización de otro órgano cerebral llamado amígdala, la cual forma parte del sistema límbico y tiene como principal función integrar las emociones con los patrones de respuesta correspondientes a éstas y a su vez, provocando una respuesta a nivel fisiológico o la preparación de una respuesta conductual (Triglia, 2018)
Partiendo desde este punto, se atribuye al control de lado derecho de los hemisferios cerebrales: el estado de alerta, la conducta exploratoria, así como un aumento en la probabilidad de ansiedad, miedo o agresividad. Esto provocaría que la oreja izquierda sea la que se dirige hacia adelante o la que sufre un cambio en su posición, al estar expuesto el animal a un estímulo estresante o negativo (Reefmann et. al., 2009). Este cambio postural de la oreja izquierda ha sido utilizado como un indicador de ansiedad en ganado bovino (Figura 5). Si dicho cambio postural es acompañado de una elevación de la cabeza y una apertura exagerada de los ojos, se considera como un comportamiento que se manifiesta en situaciones amenazantes (Sandem et al., 2002; Welp et al., 2004). La amígdala en este caso, reduce el umbral de respuesta neuronal de ciertas sensaciones como dolor, orientando así la atención del animal expuesto a otros estímulos como pueden ser el auditivo o visual, con el fin de agudizarlos (Holland y Gallagher, 1999; Davis y Whalen, 2001).
Por otro lado, el hemisferio izquierdo está relacionado con estímulos positivos conocidos que se ven manifiestos también en las orejas, las cuales podrán tomar la posición neutral, hacia abajo o la oreja derecha levantada. Este tipo de posiciones se han observado en el perro o la oveja, los cuales presentan estas características durante la evaluación cognitiva de un estímulo, es decir, un evento al que están expuestos con regularidad y los animales han creado una tolerancia mayor a dicho estímulo, también conocida como habituación (Mota-Rojas et al., 2016).
Conocer la lateralización cerebral y que pueda interpretarse de forma sencilla resulta de vital importancia ya que en estudios recientes, se ha resaltado que la estimulación individual de cada hemisferio cerebral puede llegar a aumentar la producción. Tal es el caso de los estudios hechos en las vacas que diariamente perciben la aproximación del proveedor del alimento predominantemente con el ojo derecho, es decir, dando el enfoque del hemisferio izquierdo tuvo mayor producción de leche, que los estimulados primeramente con el ojo izquierdo (Goma et. al., 2018). De igual manera, Rizhova y Kokorina (2005) proponen que en ovejas, la activación unilateral del hemisferio derecho mediante la estimulación del ojo izquierdo, puede llegar a afectar la función endocrina, la distribución de nutrientes, con la consiguiente disminución de ganancia de peso y la producción de leche. Asimismo, en diferentes animales como vacas y ovejas, se ha relacionado el movimiento continuo de las orejas hacia adelante y hacia atrás, con altos niveles de producción (Goma et al., 2018).
Por el contrario, orejas en posición asimétrica, es decir, una oreja orientada hacia adelante y la otra orientada hacia atrás, es un indicador asociado con bajo nivel de bienestar animal tal es el caso de privación de alimentos, exposición a estímulos negativos del entorno que van desde objetos, ruidos, personal, entre otros. Cuando la oreja izquierda es la que se encuentra hacia adelante y la derecha con una orientación hacia atrás (Rizhova y Kokorina, 2005), generalmente se acompañan de una conducta exploratoria, miedo a seguir avanzando o, ansiedad, pudiendo llegar a la agresión (Reefmann et al., 2009). Además, se observa un aumento de la frecuencia de movimiento de la cola, ya sea con levantamiento excesivo o metida entre las patas traseras del animal. Esto se atribuye a la ansiedad que provoca una situación desconocida (Désire, 2004) (Figura 5).
En cuanto a la cola en animales, es importante mencionar que la mayoría de los estudios realizados han sido con el enfoque de que la postura de la cola podría estar relacionada un bajo nivel de bienestar animal, el cual puede ser dolor, estrés o ansiedad, entre otros. Se ha demostrado que una posición baja y una disminución en el movimiento de la cola es indicador de dolor después de la castración en ganado bovino (Petherick et al., 2014). Aunado a lo anterior, Reefmann et. al. (2009) relacionaron el cese del movimiento de la cola, o bien, la cola muy levantada con niveles altos de dolor y estrés, así como ante la presencia de eventos negativos o predeciblemente positivos. El cambio es atribuido principalmente a que existe una atención excesiva a dicho estímulo. (Figura 6).
Es importante tomar en cuenta que la posición de la cola puede predecir también algún daño físico, incluso antes de que el daño aparezca, como en los cerdos quienes suelen sufrir mordeduras de cola al ser destetados de forma temprana de sus madres. Cuando un lechón presenta la cola rizada y sin daños, tiene menos probabilidad de presentar heridas por mordeduras de otros lechones, en comparación con los que presentan la cola completa, quienes tienen 32.4 % más probabilidad de ser mordidos entre 2 a 3 días posteriores al presentarse el cambio de postura de la cola. Con este hecho se predice una posible complicación a largo plazo que traería pérdidas económicas para el productor y un pobre bienestar para el lechón (Lahrmann et. al., 2018).
Cabe señalar que los cambios en la posición de la cola y las orejas están íntimamente relacionados con la especie a la que se pretende evaluar, el sexo y la dominancia cerebral individual, ya que esta cambiará según el tipo de animal de que se trate (McDowell et. al., 2018) (Figuras 2 y 3). De igual manera, las experiencias previas experimentadas por el animal, así como la ontogenia a lo largo de su desarrollo, influirán en su dominio cerebral (Goma et. al., 2018). Es por ello que además conocer la interpretación de los apéndices, se debe apoyar su entendimiento con otras herramientas de evaluación.
Daniel Mota Rojas, Neurofisiología del estrés y bienestar en animales domésticos y silvestres. División de Ciencias Biológicas y de la Salud. DPAA. Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). dmota100@yahoo.com.mx
Karina Lezama García, Programa de Posgrado en Ciencias Veterinarias. Área de neurofisiología del estrés y bienestar de los animales domésticos y silvestres. UAM.
Viridiana Belén Alavez Bautista, Grupo selecto de estudiantes de MVZ y Posgrado. Área de Neurofisiología del estrés y bienestar de los animales domésticos y silvestres. UAM.
Karla Flores Padilla, Grupo selecto de estudiantes de MVZ y Posgrado. Área de Neurofisiología del estrés y bienestar de los animales domésticos y silvestres. UAM.
Cynthia Susana González López, Grupo selecto de estudiantes de MVZ y Posgrado. Área de Neurofisiología del estrés y bienestar de los animales domésticos y silvestres. UAM.
Liliana de la Luz Morales Fonseca, Grupo selecto de estudiantes de MVZ y Posgrado. Área de Neurofisiología del estrés y bienestar de los animales domésticos y silvestres. UAM.
José Nava Adame. Grupo selecto de estudiantes de MVZ y Posgrado. Área de Neurofisiología del estrés y bienestar de los animales domésticos y silvestres. UAM.
Patricia Mora Medina, Departamento de Ciencias Pecuarias. FESC. Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).