Decíamos la semana pasada: “Argentina tiene el derecho de pararse frente al mundo y remarcar que en ninguna otra parte se han logrado sistemas de producción más amigables con el medio ambiente, eficientes y sustentables”. Nos referíamos a la agricultura de la siembra directa, la biotecnología, el ahorro de nutrientes, la maquinaria cada vez más eficiente.
Y agregamos también algunos conceptos que remarcaban la mejora ambiental de nuestro sistema ganadero, transitando velozmente el sendero de la intensificación. Bueno, hay más noticias para este boletín.
En el increíble congreso CREA Tech, que se celebró esta semana en el estadio Orfeo de Córdoba, me tocó coordinar el panel de bioenergía. Allí se presentaron un par de casos que implican un “up grade” sobre lo mucho que ya se hizo, subrayando con gruesos trazos de evidencias que también en la ganadería hemos ingresado en una espiral de mejora continua.
El primer principio de la ecología es la eficiencia en el uso de los recursos naturales. “Industria” es, por definición, la transformación de estos recursos. La actividad humana inteligente apunta a crear más y mejores productos, en todos los terrenos. Alimentos y bioenergía son industria verde. Un proceso de “intensificación” significa un mejor uso del recurso básico: el suelo. Es decir, la superficie fotosintética, la lluvia que cae sobre él (o el riego), el aprovechamiento del CO2 y la captura del nitrógeno del aire.
En estas pampas se triplicó la cosecha en el último cuarto de siglo. Se transfirieron 15 millones de hectáreas que estaban en uso “extensivo” (es decir, en planteos de baja productividad), básicamente praderas arruinadas por el sobrepastoreo y el enmalezamiento.
Campeaban el sorgo de Alepo, el gramón. Y las leñosas invasoras en el monte degradado. Sin embargo, a pesar de este extraordinario cambio en el uso del suelo, la ganadería logró mantener su stock. Pero todo proceso industrial tiene sus externalidades negativas. Eso no lo descalifica, simplemente obliga a resolverlas, mitigarlas o compensarlas. Es lo que mostraron los empresarios cordobeses Luis Picat y Víctor Giordana.
Picat inició un criadero de cerdos super intensivo. El sistema funciona en confinamiento total, desde la gestación de las 1.000 madres hasta el capón terminado. Sólo le faltaba resolver el problema del efluente, los purines de los cerdos que en estos sistemas no se pueden esconder debajo de la alfombra.
Convencido de que ese problema era una oportunidad, mirando la bosta como un recurso, salió al mundo a buscar un biodigestor. Lo encontró en Alemania, pero su alto costo lo llevó a pensar en una adaptación criolla. Bueno, hoy está generando 200 kilowatts y se autoabastece del 75% de la energía que necesita el criadero. Próximo paso: duplicar el criadero con biodigestor y todo, y meter otro en su frigorífico. “La generación de electricidad con residuos del agro, la industria y los municipios tiene enorme potencial”.
Víctor Giordana, por su parte, contó que hace seis meses instaló una “minidest” en su feedlot. Una inversión de más de 3 millones de dólares, en un acuerdo con José Porta, continuador de una firma que lleva más de cien años fermentando maíz. La idea de Giordana era eliminar el costo del flete a puerto, que se lleva dos tercios del valor. Porta se lleva el etanol y él se queda con la burlanda, que hoy es el 30% del alimento que consumen sus terneros. Productividad, más el plus del bioetanol. Ecología al cubo.
A ambos los escuchó atentamente el Director Nacional de Energías Renovables, Maximiliano Morrone, quien no ocultó su sorpresa y beneplácito por esto que está sucediendo: “La provincia de Santa Fe podría generar el 80% de la energía que produce usando los efluentes de su explotación ganadera”.