Un reciente informe elaborado por el Instituto de Estudios Económicos sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL) explica cuales son los fundamentals que están amortiguando, por el momento, la caída de los precios de los granos y los que presionarían para que estos acompañen las bajas pronunciadas de la mayoría de los mercados mundiales.
El mismo describe que para contener el virus se requiere reducir sensiblemente la interacción social presencial (el medio de transmisión). Esto exige medidas muy drásticas, que impiden directamente la prestación de muchos servicios y que dificultan enormemente el desarrollo normal de las restantes actividades productivas. Señal del fuerte pesimismo hacia el futuro, las empresas del mundo que cotizan en Bolsa han perdido entre el 5% y el 25% de su valor en lo que va del año, según regiones.
El petróleo, por su parte, acumula un ajuste del 46% en 2020, desde US$ 61 a US$ 33 por barril (WTI). Hay pocos antecedentes de una caída de esta magnitud en tan poco tiempo. El ajuste se explicaría tanto por la debilidad de la demanda como por disputas al interior de la OPEP; no habría acuerdo entre los países petroleros respecto al objetivo de producción para el año, lo que se interpreta como una oferta no controlada y creciente. A los precios actuales, el camino de recuperación de la actividad hidrocarburífera del país (explotación de petróleo y gas no convencional), se ha puesto muy cuesta arriba.
En este contexto tan desalentador, la buena noticia es que, hasta la fecha, los precios de la soja y el maíz, los principales dos commodities agrícolas que exporta Argentina, han mostrado cierta inmunidad a las malas noticias globales.
El valor de los granos prácticamente no ha retrocedido en estos días de marzo y es muy similar al de un año atrás. El hecho que la producción global no está teniendo un gran desempeño en este ciclo agrícola, es seguramente el factor que está poniendo piso a los precios, soportes que podrían vencerse en las próximas semanas de agravarse más aún la situación económica global.
Es que desde hace tiempo existe un vínculo entre el petróleo y los restantes bienes de la economía, un puente que conecta lo que pasa en el mercado petrolero con los otros mercados. Esta relación pasa por el impacto que tiene el petróleo en los costos de producción y transporte. En el caso de los granos y el maíz, el petróleo (sus derivados) es utilizado tanto en forma directa (combustible en servicios de transporte, cosecha, siembra, etc.), como indirecta al estar fuertemente vinculado a ciertos insumos del agro particularmente fertilizantes.
Lo anterior implica que si el precio del petróleo y de los combustibles baja, también lo hacen los costos productivos y de transporte. Este sería a priori un factor bajista para los precios de los granos, pero a su vez una buena noticia para un mundo que necesitará de estímulos para apuntalar producción y consumo.
El vínculo antes mencionado debería llevar a una correlación positiva (aunque sea mínima) entre los precios del petróleo y de los granos, aunque existe bastante debate respecto de si esta relación se verifica, habiendo estudios que muestran que fue bastante débil (o inexistente) durante muchos períodos.
Por ejemplo, a mediados de la década del ’00 aparecieron nuevos puentes entre el petróleo y los granos. Estos nuevos vínculos se asocian a los biocombustibles y también a cuestiones macroeconómicas y financieras. En esta etapa se generaliza y profundiza el proceso de generación de energías renovables a partir de materias primas vegetales, especialmente en países grandes y de peso en los mercados mundiales, caso de Estados Unidos, la Unión Europea o China. Los biocombustibles agregan un nuevo vínculo entre petróleo y granos, además del tradicional por el lado de los costos, se suma una relación por el lado de la demanda de fuentes energéticas