Por Luis Paolini, docente de la Licenciatura en Analítica Empresarial y Social del ITBA
De chico me apasionaban las computadoras. Fui uno de los pocos privilegiados de mi grupo de amigos que tuvo una de las primeras «386» apenas salieron al mercado, y ahí me enamoré de la tecnología para siempre. Fue ese amor el que me llevó a Buenos Aires a estudiar la Licenciatura en Administración y Sistemas cuando cumplí mis 18 años, dejando atrás un pueblo de 80 mil habitantes en el sur de la provincia de Santa Fe.
Hoy, termino mis días de vacaciones en el corazón de la pampa húmeda con total desazón: mi padre, 70 años y productor agropecuario, aún debe recorrer kilómetros y kilómetros por rutas y caminos de tierra para ir a ver el estado de los cultivos que se acaban de sembrar. Los días de lluvia escucha la radio zonal o espera el mensaje de WhatsApp para saber cuánto llovió en los lotes donde algún vecino tiene un pluviómetro (vale aclarar que los aparatos de riego aún son un lujo, accesible para pocos). Prefiero no hacer referencia a las épocas de cosecha o siembra donde lograr conseguir equipos para las labores se convierte en un infierno ni tampoco a la necesidad de su presencia in-situ a la hora de realizar absolutamente cualquier tarea para que no existan diferencias «de rinde».
El campo argentino siempre fue una gallina de huevos de oro para el país por sus características naturales como su suelo, las distancias a puerto y el ingenio de sus propios productores, creadores de técnicas y genéticas que se exportan al mundo hace años y gracias a las cuales hoy se alimentan cientos de millones de personas en el mundo. Sin embargo, ese mismo ingenio que tanto caracteriza al productor argentino, no se ha visto reflejado en la última década con la explosión de las innovaciones digitales. Si bien en el último tiempo aparecieron algunas startups que hacen mella en el ecosistema agropecuario argentino y componen también los portafolios de las mejores aceleradoras de inversión del país, no alcanza y queda sabor a poco.
¿Cómo podemos lograr que las mejores ideas y energía de nuestros emprendedores lleguen a la totalidad de los productores agropecuarios y no sólo a las empresas que hoy tienen los recursos para poder implementar tecnologías disruptivas? ¿De qué manera podemos convertirnos no sólo en un exportador de materias primas sino de patentes que se hayan conseguido por el análisis de datos mediante algoritmos de «deep learning» o simplemente de tecnología digital aplicada al agro?
Es algo inaudito que un país como el nuestro, líder mundial en la exportación de aceite de soja, limones y otros, genere unicornios tecnológicos de la talla de Mercadolibre, Auth0 o Satellogic y no tengamos aún un emprendimiento que cambie la vida de cientos de miles de productores argentinos y del resto de América Latina. La solución pareciera venir de la mano de llevar al interior de nuestro país las instituciones educativas, centros de emprendedores, fondos de inversión y al resto del ecosistema innovador argentino a vivir los problemas y fomentar la solución de los mismos, con mecanismos para escalar emprendimientos mediante articulaciones público-privadas de manera simple y directa.
Democratizar nuestro país también implica que los emprendedores se queden en las ciudades que los vieron crecer, y que les otorguen oportunidades similares a las que hubieran obtenido si se mudaran a ciudades capitales.
Parafraseando a Mateo Salvatto, es increíble lo que se puede lograr cuando un grupo de personas se organiza frente a un objetivo común. Tenemos las oportunidades frente a nuestros ojos, es solamente una cuestión de organizarnos entre todos y tener voluntad de resolverlas.