A 12 días de abandonar la UE, Gran Bretaña y el bloque no logran acercar posiciones para un divorcio con acuerdo.
Dos temas son los más ríspidos, el de la pesca y el de los estándares de calidad.
La primera discusión pasa por las posibilidades de las flotas europeas para pescar en aguas británicas. Las posiciones de Francia y Bélgica poco ayudan para un entendimiento.
La otra cuestión, bastante más amplia, tiene que ver con los mecanismos que se aplicarían en caso de que una de las partes, en el futuro, suba o baje sus estándares creando divergencias en materia ambiental, laboral y social que van desde objetivos en materia de reducción de emisiones a regulaciones de salud y seguridad y estándares sobre alimentos, en la descripción que ha hecho The Guardian.
Está claro que la falta de acuerdo, y las repetidas reuniones entre las dos cabezas más importantes de cada lado de los últimos días (el primer ministro británico y la presidente de la Comisión Europea) ilustran sobre el nerviosismo al respecto.
A pesar de que el Reino Unido viene fanfarroneando desde hace mucho que se quiere ir del bloque con o sin acuerdo, recién ahora aparecen sectores que descubrieron los riesgos implícitos.
Si éste fuera el caso, Gran Bretaña se quedaría sin ningún mecanismo que le permita seguir exportando en las ideales condiciones actuales al continente, que se caracterizan por la ausencia de aranceles o cuotas. Y casi la mitad de sus ventas externas van a Europa.
Un caso emblemático apareció en estos días a través de una advertencia pública hecha por los directores ejecutivos de las principales empresas cárnicas anglosajonas. En carta dirigida al titular del ministerio de ambiente, alimentos y asuntos rurales señalan que sus ventas podrían caer entre 50 y 75% en volumen. Sus exportaciones a la UE alcanzan a casi 2 mil millones de euros. La menor venta a Europa no se compensaría por una mayor demanda interna, ya que los cortes preferidos por los británicos no son los que se embarcan al continente.
Agregamos que su posición sería como la de cualquier país tercero con el agravante de que no tendrían ni cuotas como tiene la mayor parte de ellos.
En este análisis estamos omitiendo de considerar aspectos que hacen a la vida diaria de las personas, como la incertidumbre de los ciudadanos británicos que trabajan en Europa y de los europeos que hacen lo propio en las islas.
Tampoco contemplamos otros temas espinosos como la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, cuya solución, décadas atrás, tuvo vinculaciones con la paz y el cese del terrorismo.
Ni los resurgidos deseos de los escoceses de volver a votar su independencia del Reino Unido.
Es llamativo que en la democracia más antigua del mundo un tema de esta magnitud se haya tratado de la forma en que sucedió durante más de cuatro años.
Por Miguel Gorelik, Director de Valor Carne