Qué es un bien público, qué es un bien cultural, cómo funcionan en la economía moderna y el anacronismo de los saldos exportables. “La intervención que se busca en la exportación de carne es desandada, atrasa varias décadas y no hay neologismo que salve la idea”, afirma Miguel Gorelik.
La semana pasada, el nuevo ministro de Agricultura, al anunciar medidas para flexibilizar las exportaciones de carne de vacas D y E, lo que todavía no ha sucedido, calificó a las carnes como bien público cultural.
Quizás, este giro puede haber parecido un buen hallazgo comunicacional. Si así hubiera sido, es que no se lo pensó acabadamente.
La economía moderna considera a los bienes públicos como aquéllos que están disponibles a todos y cuyo uso por una persona no sustrae del uso a otros. Claramente no es el caso de la carne.
Lo más probable es que con esta innovadora (y falsa) atribución se quiera justificar la intervención estatal en sus exportaciones. Y, ciertamente, en el mercado interno también.
El uso de la expresión saldos exportables, incluida en la misma ocasión, también abreva en la misma fuente. Lo que se exporta de un bien debe tener que ver con el balance entre la demanda interna y la externa y no con una primacía del mercado doméstico que dejará como resto un saldo exportable.
Por otro lado, en todos los eslabones de la cadena, la propiedad de los bienes que derivan en la producción de carne, desde la hacienda, es de indudable carácter privado, desde el campo hasta las heladeras de las carnicerías y de los consumidores, lo que hace curioso el término que da origen a estas líneas. Quizás por eso el agregado de “cultural”.
Se supone que esto es una nueva justificación a un control de las exportaciones, privilegiando al consumo interno y teniendo a los clientes externos como una preocupación menor, que se llevarán lo que sobre.
Y acá caemos en un nuevo error conceptual de los impulsores de estas nuevas denominaciones. Porque tal caracterización de la carne (también del maíz y del trigo) justificaría el control y reducción de sus embarques al exterior.
Lo que se olvidan sus promotores es que no hay país en el mundo que restrinja sus exportaciones de bienes culturales (libros, películas, música y un largo etcétera). Todo lo contrario, el predominio en el campo cultural es considerado por muchos tanto o más importante que el que se logra en el económico o tecnológico.
En definitiva, sea porque no se trata de un bien público, sea porque su propiedad es completamente privada, sea porque el mundo alienta la exportación de bienes culturales, la intervención que se busca en la exportación de carne es desandada, atrasa varias décadas y no hay neologismo que salve la idea.
Ya sabemos lo que pasó tras una intervención similar entre 2006 y 2009; se perdió la quinta parte del stock ganadero que aún no se ha podido recuperar.
Y sabemos que tenemos la misma producción de carne que hace 50 años, con una población 75% mayor, a causa de las políticas mayormente negativas para el sector.
Finalmente, la sociedad entenderá que la única forma de generar riqueza y empleo, hacer más accesible el consumo de carne y beneficiarnos de las ventajas del mercado externo es dejar sin intervención a las exportaciones del sector.
Mientras tanto, la cadena de la carne y la sociedad toda seguirán sufriendo las consecuencias de tales ideas anacrónicas. Y habrá que encontrar nuevas palabras que justifiquen una intervención inexplicable.
Por Miguel Gorelik, Director de Valor Carne