Desde hace algunas décadas el mundo está atravesando un período de profunda transformación caracterizado por tres fenómenos, íntimamente relacionados entre sí, con epicentro en los países emergentes del sudeste asiático, China, India y también de parte de África. Un acelerado crecimiento económico, demográfico y urbano están transformando las economías y las sociedades de esta gran parte del mundo que hasta el siglo pasado estaban prácticamente afuera del sistema económico mundial.
El crecimiento de la población acompañado por crecimiento económico implica que el ingreso medio de millones de personas está en aumento. A su vez, la transición de la población desde el campo a las ciudades genera nuevas necesidades de consumo ya que en el proceso dejan de producir su propio alimento al mismo tiempo que adoptan patrones dietarios típicos de la población urbana, caracterizados por productos con mayor grado de elaboración. Se estima que en Asia unas 900 millones de personas forman parte de la clase media actualmente y que serán unas 3.200 millones en el año 2030.
La incorporación de esta masa creciente de consumidores ha generado cambios en el comercio global de productos del agro. A contramano de lo ocurrido en las primeras décadas de la posguerra, las últimas tres décadas se caracterizan por una aceleración del comercio de productos agroindustriales. Una especie de “globalización tardía” define el intercambio de productos agroindustriales.
Pero, además del aumento en el ritmo del comercio internacional de estos productos se destaca el cambio en la composición del intercambio. De manera creciente los flujos globales incluyen menos commodities y más productos elaborados. En la década del 70, el 70% del intercambio mundial de productos del agro estaba compuesto por commodities y el 30% por productos con algún grado mayor de elaboración. En la actualidad, la composición se ha invertido.
Este cambio en la estructura de la demanda mundial por productos elaborados es uno de los principales fundamentos que sustentan la posibilidad real de un proceso de upgrading o escalamiento en los países productores con ventajas competitivas hacia aquellos eslabones más intensivos en el agregado de valor. En términos locales, es el driver internacional que sustenta la idea de que, así como Argentina supo ser el granero del mundo, podría ahora buscar ser el “supermercado del mundo”.
Sin embargo, ninguna oportunidad se transforma automáticamente, sino que requiere de determinadas condiciones, de una visión acertada de lo que está ocurriendo en el mundo y de políticas que marquen el camino correcto.
La experiencia argentina de los últimos años es ejemplificadora al respecto. Una visión equivocada y un cúmulo de políticas dañinas han llevado a que el país no pueda aprovechar esta oportunidad histórica. La estructura de la oferta argentina muestra un desfasaje con relación a la estructura de la demanda mundial en casi todas las cadenas agroindustriales. En la cadena del maíz, por ejemplo, mientras que el 45% de las importaciones mundiales son por productos con dos o más etapas de elaboración, Argentina exporta casi el 90% de su producción en granos. Con el trigo ocurre lo mismo: casi el 60% de la demanda mundial se compone de productos elaborados en base a trigo mientras que las exportaciones argentinas son en un 80% en granos. Con los productos de las economías regionales se observa el mismo fenómeno, con muy pocas excepciones. Y aún cuando se consigue avanzar en los eslabones de transformación, las exportaciones han estado deprimidas en los últimos años.
Las malas políticas dirigidas al sector ganadero le costaron al país como mínimo unos US$ 13.500 millones en exportaciones de carne vacuna no generadas en la década 2005-2015. La comparación con un país vecino como Chile aporta más números. En la misma década, Chile exportó vinos por un valor de US$ 9.000 millones más que Argentina. Y algo de mayor magnitud aún ocurrió con las exportaciones de frutas con las cuales el país vecino pudo ganar US$ 30.000 millones más que nosotros en esos diez años.
La idea de que la aplicación de retenciones diferenciales según el grado de elaboración incentivaría el upgrading, demostró ser equivocada. Y con la reciente apertura de las exportaciones de carne de cerdo a China quedó en evidencia. Siendo el maíz y la soja los principales insumos de la producción de carne porcina, Argentina es un país inexistente en este mercado exterior. Por el contrario, Chile exporta anualmente más de 400 millones de dólares, transformando en carne de cerdo el maíz que importa desde la Argentina.
Con el giro en la política económica desde fines de 2015 se ha cambiado el rumbo y avanzado en la dirección correcta. Sin embargo, las dificultades para estabilizar la macroeconomía condicionan el camino y difícilmente se puedan obtener resultados relevantes de medidas microeconómicas hasta tanto no se resuelva la macroeconomía. Una vez superada esta etapa será el turno de una impostergable agenda de reformas y de estrategias que tengan como norte poner a los productos argentinos en las góndolas de los mercados más grandes del mundo.
Matías Surt
Director Invecq Consultora Económica
Fuente: diagonales.com