La pandemia del nuevo coronavirus (Covid-19) no ha dejado actividad sin golpear. Si bien las consideradas esenciales durante el aislamiento social, preventivo y obligatorio son las que menos sintieron el impacto, ninguna quedó inmune a las dificultades.
La producción porcina en la provincia viene desenvolviéndose en ese escenario, que está marcado por una fuerte caída en el consumo, lo que genera una sobreoferta que no resulta sencilla de administrar para los modelos intensivos.
Las granjas de confinamiento son sistemas productivos dinámicos, semejantes a la matriz de una industria, donde se planifican y se diseñan ambientes controlados para entregar animales terminados de manera regular.
“Los procesos se programan y se escalonan de tal manera que todas las semanas hay inseminaciones, partos, destetes, cambios de fase y salida de animales. Este escalonamiento hace que se programen las ventas por semana y ningún establecimiento está dimensionado para poder retener animales”, asegura Marcos Torres, presidente de la Cámara de Productores Porcinos de Córdoba (Cappcor).
Pero la cuarentena ha cambiado la rutina en las granjas. Ante la imposibilidad de vender todos los capones, cuyo precio vivo cayó 10,5 por ciento desde enero hasta la fecha, los productores están obligados a retenerlos.
Salidas
Esta ampliación de la estadía de los cerdos hace que los espacios pasen a ser deficitarios, con los inconvenientes que genera para los nuevos animales. “Recordemos que las cerdas tienen 115 días de gestación, lo cual impide la interrupción del ciclo. Se trata de un sistema de flujo de animales constante”, explicó Torres.
Barney Powell tiene 500 madres en producción bajo un sistema intensivo en la zona de Bengolea (departamento Juárez Celman, en el centro-sur provincial). Reconoce estar pasando por un momento crítico al no poder sacar los cerdos de su granja.
Powell adoptó una estrategia nutricional para capear la emergencia: bajar los aportes proteicos a las raciones para desacelerar las ganancias de peso. Redujo la fuentes proteicas y sin el agregado, por ahora, de fibra.
En las raciones de mantenimiento se disminuyen los aportes de proteína, principalmente harina y aceite de soja, y se aumentan los niveles de fibra para mantener los consumos diarios y evitar estrés en los animales.
“En los capones cambiamos la dieta de terminación, sacamos aceite, bajamos la soja y agregamos maíz, pero aún no agregamos fibra por la inadecuada calidad de afrechillo que se consigue y por la alta contaminación de micotoxinas que acarrea”, explicó.
“La última jaula que cargué con 165 animales tenía un peso promedio de 138 kilos, muy pasada, lo que me trajo un castigo en el precio de venta”, reconoció el productor al evaluar los perjuicios que significa pasar de días un animal.
Powell asegura que, al igual que con los capones, con las cerdas de descarte ocurre lo mismo: los frigoríficos no las reciben y deben mantenerse en la granja con una dieta mínima.
Luego de los retoques en la ración, esta semana logró colocar dos jaulas, de 165 animales cada una, con más de 170 días de vida y 131 kilos de promedio.
La semana próxima tiene ubicados para entregar sólo 165 animales con alrededor de 127 kilos de pesos promedio, pero le quedará un acumulado de 350 animales de más de 170 días, a los que deberá buscarle destino.
“Las raciones están conformadas para lograr una ganancia de peso diaria de 750 gramos, lo que permite llegar así a los 120 kilos con 165 días aproximadamente. La idea es ralentizar su crecimiento y que no sigan engrasándose”, precisó Torres.
Más densidad
Administrar el espacio de la mejor forma posible, para prolongar la estadía de los porcinos en el establecimiento pero sin penalizar su terminación, es otra de las estrategias a la que echan mano las granjas para atravesar esta coyuntura.
Además de modificar también la dieta de terminación, con el suministro de menos energía, Lucas Vitale, productor de una granja con 250 madres en la zona de Monte Buey (departamento Marcos Juárez, en el sudeste provincial), adoptó como criterio modificar el espaciamiento, sobretodo en la etapa de terminación.
“Con los lechones, la competencia por el espacio no es tan problemática; la dificultad aumenta en las etapas de terminación donde el espacio es menor y hay peleas por lugar en comederos y ‘chupetes’ de agua”, observa el Vitale.
Si las dificultades para comercializar se mantienen, el productor ya tiene en mente aumentar la densidad en la etapa del destete.
Con las medidas de espaciamiento intenta albergar a más animales. “Se pueden amontonar cerdos de etapas o edades más pequeñas para que la competencia por el espacio no sea tan grande como en animales con 120 a 130 kilos, entre los que se genera mayor estrés”, indicó Torres.
Algunos productores están pensando en hacer corrales fuera de los galpones, para dejar en espera a los animales (capones y cerdas de descartes) que se encuentran listos para la faena y la venta.
El titular de Cappcor, que produce cerdos en el norte de Córdoba, admite que estas medidas no son para nada las más adecuadas, pero permiten sobrellevar esta contingencia de manera ordenada.
El aumento de la población de capones en las granjas tiene que ver con la imposibilidad del mercado de absorber, por estos días, esa demanda.
Desde Cappcor aseguran que debido al Covid19 disminuyó la demanda de carne porcina por el cierre de restaurantes, la no realización de eventos sociales y la paralización de la hotelería y del turismo.
La disminución en cantidad de canales de consumo impactó en la venta de cortes frescos, a lo que se sumó la menor demanda estacional para fiambres e industria.
A pesar de la caída reflejada en el precio vivo del capón, desde la entidad sostienen que, con excepción de ofertas puntuales, el valor al consumidor no ha registrado variaciones.