El crecimiento demográfico prácticamente se ha paralizado en China, y aumentaría sólo 0,3% por año en la próxima década. Es una cifra menor que el promedio de expansión de la población mundial en este periodo (1% anual), y es incluso inferior al nivel de alza demográfica de Estados Unidos (0,7% por año).
El resultado es que China dejaría de ser en los próximos 10 años el país más poblado del planeta, e India -donde no hay políticas para frenar el crecimiento demográfico- la superaría con una población de 1.500 millones de habitantes en 2022.
Lo notable es que el ingreso per cápita de la población china crece por encima del producto (8,1% anual / 6,9% por año). Lo que esta tendencia significa que los ingresos disponibles de la población aumentan ocho veces por encima del alza del nivel demográfico.
Por eso es que China está experimentando un boom de consumo de una magnitud superior al de los momentos de apogeo de la economía norteamericana, ya sea la década del 50, la etapa final del gobierno de Bill Clinton, o el periodo previo a la crisis financiera internacional 2008/2009.
Este extraordinario boom de consumo abarca toda China, aunque sus manifestaciones más notorias están fuera de las grandes urbes, en las ciudades del segundo y tercer gran cordón del interior del país.
El epicentro de este fenómeno excepcional en la historia del capitalismo es la nueva clase media con niveles de ingresos comparables a los de Estados Unidos (entre U$S 35.000 y U$S 45.000 anuales), constituida por unas 300 millones de personas, que serían 1.000 millones en 2030, según las proyecciones más confiables.
Este escenario, en el país más poblado del mundo, es lo que ha transformado la naturaleza de la demanda mundial de agroalimentos, cuyo eje es la República Popular.
La preocupación central de la clase media china es el consumo de proteínas cárnicas, a partir de una transición dietaria histórica (de las legumbres a las carnes), con dos agregados. En primer lugar, la plena vigencia de la Ley de Engel, que establece que a medida que los ingresos aumentan, declina la proporción del gasto en alimentos, pero que los consumidores se tornan cada vez más selectivos de lo que consumen.
Luego, se generaliza la preocupación (obsesión) por las “credenciales” de los alimentos consumidos (certificaciones de origen, procesos, y métodos de producción), por los que se ofrece un sobreprecio sin importar su magnitud.
En las “credenciales” han surgido también atributos culturales, como el bienestar de los animales, la calidad ambiental y el aporte de esos alimentos a la salud.
Estos requerimientos tienden a convertirse en estándares globales con fuerza de ley, como la HAACP, las Buenas Prácticas Agrícolas (GAP, en inglés), y la Organización de Estándares Internacionales (ISO).
En la próxima década más de 80% de la demanda global de proteínas cárnicas provendrá de Asia, primordialmente China; y el continente asiático atraerá 92% de la demanda global de carnes. Por eso, en los últimos años se produjeron inversiones millonarias para procesar carne de cerdo y lácteos para este mercado estratégico.
Esta es la tendencia de fondo en materia de agroalimentos en los próximos 10 años.
Y es un horizonte que países como Brasil y la Argentina, en donde se encuentra la principal plataforma de proteínas vegetales del mundo, deben seguir de cerca por su impacto en la dirección de los agronegocios.
También es una tendencia decisiva para el futuro de la Región Centro.