A la hora de la confección de las reservas con el picado de maíz, productores y contratistas aplican una medida que sirve como referencia para tomar dimensión sobre lo buena o mala que fue la producción de forraje del año: cuántos metros de silos bolsa llenan por hectárea.
Según Alejandro Centeno, jefe de la agencia de extensión del Inta en San Francisco, lo normal en el nordeste cordobés, donde está parte de la cuenca lechera más grande de Sudamérica, es que se obtengan entre ocho a 10 metros de bolsa por hectárea.
Cada metro equivale a unos tres mil kilos de materia verde. Este año, esa tasa llegó a duplicarse: las lluvias acompañaron durante todo el ciclo de los maíces, sobre todo los de primera, y hay lotes en los que se sacaron entre 14 y 16 bolsas, según Centeno.
Si cabe la comparación, los tambos de esta región de la provincia son la envidia del Banco Central de la República Argentina (BCRA), que ha visto en los últimos meses disminuir su volumen de reservas. En los establecimientos pasa todo lo contrario: tienen reservas suficientes para atender sin problemas la demanda de alimentos de los rodeos lecheros para lo que resta de este año y los primeros meses de 2021.
Estrategia
Lucas Torassa es uno de los productores lecheros del nordeste que logró excelentes indicadores productivos en la confección de forrajes. En Morteros posee cuatro tambos, en los que ordeña un plantel de mil vacas y además presta servicios de picado de maíz a terceros.
“En la zona picamos unas siete mil hectáreas. Se comenzó en enero y sólo quedan algunos lotes puntuales; en general la campaña ya finalizó. Y es verdad, muchas hectáreas dieron más de 14 metros de bolsa, lo que significa entre 40 mil y 50 mil kilos de materia verde, cuando lo normal son 30 mil. Hasta 60 por ciento más”, remarca Torassa.
El productor asegura que la clave fue el acompañamiento del clima: los registros que lleva muestran que entre diciembre y febrero pasados se acumularon más de 700 milímetros, una cifra que equivale al volumen de precipitaciones anual para la región.
El aporte hídrico elevó los rindes y permitió no sólo una mayor producción de forraje, sino que también dejó un excedente de granos de maíz que se aprovechó para incluir en la dieta lechera.
“Al tener rindes tan buenos, picamos menos hectáreas y cosechamos más. Eso nos permite tener mucho grano disponible para alimentar a las vacas en el momento del ordeñe, lo que reduce costos porque no tenemos que salir a comprarlo afuera”, explica Torassa.
Pero, más allá clima, el manejo de los lotes también es clave para alcanzar estos niveles de producción tan elevados. “Este año, el productor que viene haciendo bien las cosas, rotando y con buenos barbechos, no va a estar complicado con las reservas de forraje”, observa Centeno.
Para su estrategia de producción, Torassa, implementa un modelo de rotación constante entre verdeos y maíces.
“Por lo general, arrancamos por encima de la alfalfa vieja con maíces tardíos sembrados a fines de diciembre que se trillan en marzo o abril. Se hace un barbecho y luego se siembra maíz de primera a fines de agosto, que se pica en enero, y ahí recién se vuelve a sembrar de nuevo alfalfa”, detalla el productor.
Los híbridos son Nidera 7784 que, según Torassa, cumplen bien como materiales doble propósito: aportan buenos rendimientos tanto para silo como para grano.
En algunos casos, también incluyen sorgo forrajero.
Pastoreo
En el caso de las pasturas, además de la alfalfa también integran la estrategia el trigo y el ray grass.
“Este año hubo lotes de alfalfa que los perdimos por exceso de agua; entonces en marzo sembramos trigo que ya pastoreamos una vez. En total, hasta que llegue el turno del maíz o sorgo de segunda, los animales pasaran por ese lote tres o cuatro veces. El ray grass se reserva para los potreros que tengan aún más humedad”, añade Torassa.
Por otro lado, también hay lotes dedicados a agricultura en los que produce soja que se cosecha para cambiar por expeller, además de trigo y maíz que se muelen para raciones.
Más bolsa, menos “mixer”
Los tambos que administra Torassa siguen un modelo similar al de la mayoría de los establecimientos de la zona: son semiestabulados, con parte de la alimentación de base pastoril y otra parte en confinamiento.
“El ordeñe comienza a la madrugada. Cuando termina, las vacas van a las bolsas a hacer autoconsumo y allí están dos o tres horas. Luego al campo a comer los verdeos, un nuevo ordeñe a la tarde y de nuevo un par de horas en el silo y el pastoreo hasta la madrugada. Durante el ordeñe además se suplementa con expeller de soja y granos de maíz”, relata Torassa.
De acuerdo con su experiencia como proveedor de servicios, son cada vez más los tambos que eligen silos bolsa de picado y que las vacas se satisfagan a gusto, que los que administran las raciones con mixers, pese a que este último sistema es más eficiente por las menores pérdidas que genera.
Un aspecto esencial por el que saca ventaja el autoconsumo es la reducción de costos: no se gasta en maquinaria que hay que amortizar, se ahorra combustible y se necesita menos personal.
Para Centeno, un aspecto adicional es que el autoconsumo es igual de eficiente en la conversión de forraje en leche que con una dieta específica suministrada en los comederos. “Las vacas son más felices al comer con espacio y sin apuros”, asegura el jefe del Inta San Francisco.
Para Centeno, el ruido del tractor estresa a los animales y sostiene que si algún día se demora el arribo de mixer, aunque sea media hora, también lo sufren.
«Además, los comederos nunca suelen ser suficientes y se amontonan, lo que implica que las vacas de más edad predominen y las más jóvenes no consuman lo suficiente”, agrega.
Torassa agrega que la tendencia a incrementar la proporción de silaje creció a partir de la sequía de 2009, cuando muchos productores se quedaron sin reservas.
Por eso, confeccionan silos que alcanzan para 18 meses con un consumo estimado de tres metros de bolsa por vaca, que significan unos nueve mil kilos de materia verde.