En mayo de 2021 el gobierno cerró las exportaciones y luego puso trabas buscando limitar las subas al mostrador. Un año más tarde se alcanzó el récord histórico del precio de la carne y ahora se retornó al máximo de ventas al exterior logrado justo antes de la intervención. El racconto del fracaso y el aprendizaje a futuro. Por Miguel Gorelik.
Hace dos años el presidente Fernández anunció la suspensión de la aprobación de las Declaraciones Juradas de Exportación de Carne (DJEC) por 30 días, imposibilitando la tramitación de nuevas exportaciones de carnes.
Esta decisión, que había sido precedida por amenazas en el mismo sentido de funcionarios de la Secretaría de Comercio, se tomó cuando la economía estaba saliendo lentamente de las trabas por la pandemia, que fueron de las más prolongadas del mundo. Es decir que lo que se necesitaba era una reactivación y no una paralización de un sector que venía generando divisas, puestos de trabajo formales, inversiones importantes.
Esas declaraciones juradas de exportaciones de carnes habían sido creadas poco tiempo antes, de manera redundante, y nadie creía que se trataba sólo de un paso administrativo innecesario.
El contexto
La medida se tomó en un momento peculiar. Las exportaciones venían creciendo a buen ritmo por quinto año consecutivo, después del forzado ostracismo de 2010 a 2015, en un mercado internacional demandante. Y la hacienda no venía aumentando de precio por encima de la inflación de entonces (4% mensual). Ni la carne.
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Después de muchas idas y vueltas regulatorias, quedó establecido que las empresas no podían exportar más de la mitad de lo del año anterior, a lo que se sumaban las cuotas país (Hilton, EE.UU., Colombia y, asombrosamente la cuota 481, que no lo era).
En ese mes de mayo se alcanzaba el récord de exportaciones de la era moderna, con 935 mil toneladas equivalente carcasa (tec) en 12 meses. Con certeza fue el récord para doce meses de las últimas décadas; es posible que haya sido incluso desde que llegó el vapor “Le Frigorifique”, casi 150 años.
El efecto inmediato fue un paro comercializador que “cerró” Liniers por más de una semana, y a cuya reapertura los precios de la hacienda todavía fueron para arriba.
Sin embargo, las cotizaciones comenzaron a flaquear poco después. Entre julio y octubre los valores, deflacionados, se mantuvieron parejos, 15-20% por debajo de los de abril-mayo. Pero luego retomaron su crecimiento. En diciembre habían recuperado toda la pérdida y siguieron en niveles crecientes.
Mientras tanto, aquellas trabas lograron reducir los embarques que, progresivamente, perdieron 150 mil tec anuales en un año. Hubo infinidad de justificaciones oficiales para la medida que, en su esencia, repetía las motivaciones y la decisión de Kirchner de 2006.
Una de las más curiosas fue la del exministro del área; Domínguez sostuvo, sin ninguna base, que la ganadería no podía soportar exportaciones por arriba del 24/26% de la producción. Estas expresiones tendrían un lugar destacado en un compendio de disparates argentinos.
De esta manera se frustró un camino creciente en el mercado mundial, se perdieron muchas horas de trabajo en los frigoríficos, se impusieron obligaciones administrativas insólitas para poder exportar, se perjudicó al fruto del trabajo de los ganaderos, se volvió a lastimar el concepto del país como exportador confiable de alimentos, entre muchos otros daños.
Además, el manejo completamente opaco de los permisos de exportación ha de haber producido perjuicios que aún no se conocen.
A partir de principios de 2022 se flexibilizó apenas el marco regulatorio, dando libertad para la exportación de carne de vacas D y E, las clasificaciones inferiores, y se otorgó una pequeña cuota para exportar carne certificada a Israel.
La medida de la ineficacia
En síntesis, esa disposición, que todavía rige, no logró ninguno de los objetivos declamados.
Contuvo los precios de la hacienda y de la carne por muy poco tiempo, pero un año más tarde se alcanzó el récord histórico para esa variable. Desde abril de 2022 los valores se deterioraron, con oscilaciones, pero no tuvo que ver, directamente, con las restricciones exportadoras.
Y tampoco logró bajar las ventas al exterior al nivel deseado por Domínguez.
A caballo de la libertad para la carne de ciertas vacas y, es posible, de la opacidad del sistema, los embarques se fueron recuperando gradualmente del bache del primer año.
Un elemento más difícil de medir, pero que sin dudas fue dañino, fue que la caída de las ventas al exterior se dio en una fase de precios externos crecientes: entre may’21 y abr’22 el promedio fob ponderado argentino pasó de USD5.200 a 7.000, 35% de aumento. Es mucho.
Paradójicamente, cuando se fueron recuperando, con todas las dificultades, el precio hizo el camino contrario, de esos USD7 mil a los USD5.600 de hoy, pasando por USD4.500 hacia fines de año. Peor no podría haber sido.
Y que nadie crea que los precios internacionales mejoraron por la menor oferta argentina y viceversa. Desde hace muchos años que la Argentina no influye con su oferta en las cotizaciones mundiales, quizás con la honrosa excepción de los cortes enfriados en Europa.
Y, en el colmo de las paradojas, en marzo se volvió a alcanzar el récord de 935 mil tec de hace dos años y ahora, en abril, se alcanzó a 943 mil, nuevo máximo para el registro argentino. Y no porque el gobierno lo deseara.
¿Aprenderemos finalmente la lección?
Lo sucedido en los últimos 24 meses es una constatación de que la ganadería no es susceptible de ser manejada con instrumentos de muy corto plazo y que la intervención estatal raramente rinde los frutos esperados.
A diferencia de lo observado en 2006-2009, los ganaderos se aferraron a sus existencias, seguramente para no repetir la liquidación histórica de 2008-2009, cuando se perdió el 20% del rodeo, suceso sin antecedentes. Se sabe que es muy difícil reponer los animales luego de cierto nivel de liquidación.
Ni siquiera en esta durísima sequía, los productores perdieron de vista las buenas perspectivas que tiene la actividad en el mediano plazo y han invertido en alimento, negado por la inexistencia de los forrajes habituales, pese a que los números fríos no indicaban la conveniencia de hacerlo.
También puede haber influido una cierta indiferencia hacia las medidas oficiales, por el descrédito de sus palabras y promesas.
Con dos intervenciones ruinosas y sostenidas en el mercado de la carne en lo que va del siglo, más innúmeras durante el siglo pasado, sería deseable que la sociedad haya terminado de comprender que el camino para el desarrollo del sector ganadero no pasa por la aplicación de medidas mágicas y voluntaristas, sino por medio de políticas de largo plazo y estables.
La visión es que el mercado soluciona por sí mismo los desequilibrios, para aprovechar convenientemente las oportunidades de mejora que tiene toda la cadena. Ganaderos, industriales, consumidores, comerciantes, intermediarios, transportistas, trabajadores e inversores se ocuparán de demostrar y disfrutar de la veracidad de esta afirmación.
Por Lic. Miguel Gorelik, Director de Valor Carne