En 2020, los frigoríficos tuvieron el mayor nivel de actividad en 11 años: faenaron 14 millones de cabezas bovinas, de las que se extrajeron 3,17 millones de toneladas de res con hueso, según datos de la Cámara de Industria y Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina (Ciccra).
De ese total, 2,25 millones de toneladas fueron absorbidas por el mercado interno. De allí se desprende una estimación de consumo promedio anual por habitante de 49,7 kilos, el más bajo en 100 años, de acuerdo con Ciccra.
De todos modos, significa un promedio de casi 190 mil toneladas mensuales o poco más de seis mil diarias. Precisamente, este es el volumen que se volcará por mes al mercado interno a precios reducidos, hasta 30 por ciento más económicos que los vigentes en diciembre, según anunció el Gobierno.
Es decir que este plan de “asado barato” aportará de manera mensual lo que consumen los argentinos en un solo día, en uno de los momentos con menor demanda de la historia. O, visto desde el otro lado, de cada 100 argentinos que comen carne vacuna, apenas tres accederán a estos valores promocionales.
Datos y relatos
Pese a estos datos contundentes, una vez más los discursos oficiales buscan enfundar la realidad con un relato de protección a la mesa de las familias que, como ya se vio en varias ocasiones en el pasado reciente, va camino a ser un compendio de palabras y no de hechos.
Hay otros números que sirven como argumento, además, para demostrar que este tipo de intervenciones no se justifican. Por ejemplo, un informe que elaboró el economista Juan Manuel Garzón, del Ieral-Fundación Mediterránea, junto a la Sociedad Rural del Nordeste Santiagueño, determinó que el precio de la carne vacuna en Argentina es más barato que en Brasil, Chile y Uruguay.
En términos relativos, es posible que un consumidor de esas naciones tenga más poder adquisitivo; pero cualquiera sea la explicación, está claro que no es el costo de la carne el problema.
“Cuando los ingresos son bajos, todos los alimentos parecen caros”, contestó al respecto esta semana el mercado ganadero de Rosario (Rosgan). En ese sentido, mostró cómo en siete de los últimos 10 años, el salario siempre perdió contra la inflación. En el medio, el valor de la carne fluctuó entre años por encima del costo de vida y otros por debajo; es decir, no existe correlación entre el precio de los cortes y la evolución inflacionaria.
Y también hizo hincapié en que es un mercado donde funcionan muy bien las leyes de oferta y demanda: si el precio de la carne bovina llegó hasta donde llegó, es porque el consumidor lo convalidó. Ahora, tras lo que fueron las fuertes subas de diciembre, la hacienda lleva casi un mes con estancamiento y valores a la baja, lo que garantiza un horizonte de estabilidad en los mostradores de carnicerías y supermercados.
Tres factores
En definitiva, al costo de sonar antipático, cada tanto surgen este tipo de iniciativas que instalan la idea de que el asado es un derecho que al argentino no se le puede negar.
Primero, eso es una ficción: se trata de un producto de consumo más, como cualquier otro. Si una persona no puede pagarlo, elige otras opciones. No es casualidad, por caso, que la demanda de pollo y de cerdo haya crecido tanto en los últimos años y nadie tuvo problemas por variar su oferta alimenticia.
Segundo, en pocos lugares del mundo la proteína de carne es tan barata como en Argentina: en otro relevamiento del Ieral-Fundación Mediterránea, se comprobó que sobre 102 países relevados, Argentina está 93 en cuanto al precio de los cortes vacunos.
Esto significa que si el consumidor no llega a comprarlos no es culpa del producto o del que lo produce, sino de un salario bajo por otros motivos.
Tercero, si aún se quisiera solucionar sólo con intervenciones el problema, volcar al mercado a bajo precio apenas el equivalente a un día de consumo es poca carne para un circo tan grande.