El 23 de febrero se celebró en la Argentina el “Día del Tambero” en conmemoración a la creación en 1920 de la Unión General de Tamberos. No todos tienen –desafortunadamente– algo que festejar.
En los últimos cinco años cerraron 677 tambos, según datos del Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (Ocla). El dato es que un 30% de esa caída (207 cierres) se registró en 2017, mientras que el 50% de la misma (340) ocurrió en los últimos dos años.
En la última década el máximo número de tambos en el mercado argentino se registró en 2012 con 12.003 unidades productivas, cifra que se logró a partir de un crecimiento sostenido ocurrido desde 2008 (cuando la cantidad de unidades lecheras era de 11.542).
Ese período (2008-2012) estuvo caracterizado por precios del maíz artificialmente bajos –gracias a las retenciones combinadas con la intervención del mercado de exportación del cereal– junto con valores subsidiados de combustibles y tarifas energéticas, además de márgenes agrícolas que, en general, resultaron lo suficientemente favorables como para –en muchas situaciones– promover inversiones en tambos o aplicar subsidios cruzados a la actividad cuando los números no daban (a cambio del servicio de proveer un flujo de fondos mensual).
A partir del año 2013 los márgenes del negocio agrícola comienzan a pauperizarse –en un progresivo proceso declinante que sigue hasta el presente– y las utilidades generadas por los granos, en muchos casos, ya no resultaron suficientes para subsidiar al negocio lechero.
Pero en 2015 aparecen 169 nuevos tambos respecto de 2014, probablemente a causa del hecho de que el maíz durante la mayor parte de ese año estuvo prácticamente regalado gracias a una baja de los precios internacionales del grano que, combinada con la intervención kirchnerista, hacía de cualquier alternativa de transformación del grano en origen un buen negocio.
Pero los que apostaron al maíz regalado no contaban, quizás, con la victoria de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales de fines de 2015, quien, una vez en el cargo, eliminó completamente las retenciones al maíz (20% del valor FOB) y las trabas vigentes para poder exportarlo (la cuotificación implementada por el sistema discrecional de ROEs). Además, el reordenamiento del sistema cambiario –necesario para salir del control de cambios instrumentado por el kirchnerismo– provocó un alza del tipo de cambio que impacto en el valor de los bienes dolarizados.
En ese contexto, al cual pronto se sumó la desregulación progresiva del mercado de combustibles y de energía eléctrica, el proceso de cierre de tambos se aceleró en un marco de alta concentración. Las unidades productivas más eficientes –de alta escala– lograron comenzar a generar márgenes favorables a comienzos de 2017, pero los tambos mediados y especialmente pequeños siguen complicados hasta el presente.
La destrucción de tambos ocurrida en los últimos dos años, a diferencia de otros períodos en los cuales los rodeos lecheros pasaban de manos, vino acompañada de una creciente de faena de vacas lecheras que terminó impactando en la producción de leche. No es casual que la producción argentina de leche en 2017 fuese de 9010 millones de litros, una cifra 8,9% inferior a la de 2016 y la más baja de la última década.