Si bien las movilizaciones en los principales países del Viejo Continente tienden a generar simpatía en medios sectoriales y dirigentes locales, hay que considerar que el objetivo de las mismas es seguir recibiendo subsidios y mantener el proteccionismo frente a las importaciones de países más competitivos.
En las últimas semanas hubo bastante atención de los medios de todo el mundo sobre las protestas de productores agropecuarios de Europa, especialmente de Francia (¿cuándo no?), España, Italia, Bélgica y otros.
Aparentemente apuntan a exigencias ambientales muy drásticas en los planes comunitarios hacia adelante.
De paso, lograron postergar nuevamente el cierre del acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la UE.
Los bloqueos de rutas y ciudades con tractores y otros implementos se asocian, en alguna medida, a lo que sucedió en la Argentina, especialmente durante la crisis política de 2008.
Parecería que lo que pasa en Europa despierta cierta simpatía en los medios agropecuarios locales.
Sin embargo, no hay nada más distinto entre lo que pasó acá y lo que está sucediendo, por enésima vez, allá.
En la Argentina, el sector clamaba por no seguir siendo discriminado; no recibir un tipo de cambio bien distinto o no tener impuestos exclusivos, como los que gravan la exportación -casi único caso en el mundo-.
En Europa, el objetivo, en cambio, es seguir siendo discriminados, seguir recibiendo subsidios directos, por producir o por dejar de hacerlo, e indirectos, con protección casi infinita frente a las importaciones de países más competitivos.
Sea esta protección con un instrumento arancelario o con muchísimos mecanismos no arancelarios, como la reciente exigencia en materia de deforestación, entre muchos otros.
Y toda esa protección que reciben generosamente, tanto defensiva como agresiva, es mala noticia para los productores del resto del mundo, muy especialmente para los del Mercosur.
El caso de la carne es muy ilustrativo. Décadas de alta protección y enorme gasto en subsidios, no pudieron impedir que su producción, así como su consumo, fuera en picada.
Entonces ahora, consciente o inconscientemente, procuran que el resto del mundo deje de producirla. Y el objetivo de la lucha contra el cambio climático les viene como anillo al dedo, aunque la empleen mal.
Dinamarca recién dio a conocer su plan para reducir la producción en 30% y apoyar todo tipo de emprendimiento para alentar el reemplazo de las proteínas animales por las vegetales. Y pretenden que el resto del mundo los acompañe, por las buenas o por las malas, en esta retirada que están haciendo, habiendo perdido la competencia en el rubro.
La Argentina, así como los demás países con intereses similares, deberá luchar en todos los foros contra ese tipo de avances, al tiempo que demuestre que el tipo de producción que impera en estos lares y los cambios en curso ayudan a la lucha contra el cambio climático y a sostener y expandir una oferta de alimentos que claramente el mundo necesita.
Tampoco se deberá caer en simplificaciones del tipo “si los europeos no quieren nuestros productos, los deberemos vender en otro lado”. Hay que defender el espacio ganado en el mercado europeo que, además, todavía goza de buenos precios. Y, por supuesto, buscar acuerdos para operar con mercados existentes y futuros.
Lo peor que podría hacer nuestra dirigencia es caer en el espejismo de simpatizar con lo que están haciendo sus colegas europeos.
FUENTE: Miguel Gorelik – Valor Carne
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