En el engorde a corral o feedlot, cada vez más difundido en la Argentina, los animales reciben, en espacios reducidos, dietas que favorecen el aumento de peso en el menor tiempo posible. Esta práctica genera miles de toneladas de estiércol con grandes concentraciones de nutrientes, sales, antibióticos y compuestos orgánicos, entre otras sustancias que pueden afectar el ambiente.
Así comienza una nota del sitio de divulgación Sobre la Tierra, que publica la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba). La nota, firmada por Sebastián Tamashiro, se nutre de un estudio académico que detectó cerca de los engordes “cantidades elevadas de fósforo que impactan de forma negativa sobre napas, suelos y aguas superficiales”.
Ileana Ciapparelli, docente de la cátedra de Química Inorgánica y Analítica de la Fauba, es quien realizó el estudio. Tras recordar que una 30% de la oferta de carne del país proviene de estos sistemas de producción, la experta advirtió que “las consecuencias del volumen generado de estiércol y de efluentes sobre el ambiente aumentan al coexistir con precipitaciones anuales elevadas y con napas cercanas a la superficie” en al región pampeana.
“En nuestros estudios recientes, observamos que el fósforo avanzó hacia las napas mucho más rápido de lo que pensábamos. La movilidad de este nutriente en forma vertical está poco estudiada en la Argentina, pero tiene una relevancia especial ya que los cursos de agua de la Pampa Húmeda están interconectados y las napas pueden estar a pocos metros de profundidad”, desarrolló.
Además, resaltó que el exceso de fósforo en las aguas superficiales puede provocar el crecimiento de algas que enturbian el agua, y que se pueden liberar toxinas si existen cianobacterias dominando el sistema. Incluso, puede derivar en una situación de falta de oxígeno en la que los peces, entre otras formas de vida acuática, no logran sobrevivir”.
Ciapparelli explicó que los animales no pueden asimilar todo el fósforo suministrado en la dieta. “Por esa razón, sus excrementos tienen una carga alta de fósforo. Entonces, cuando estos residuos son depositados en exceso sobre la superficie del suelo, se puede saturar la capacidad de retención de fósforo y se favorece su movilidad con las precipitaciones”.
“El engorde en pequeñas superficies se hace más rápido. En 90 ó 120 días, el animal está listo para salir al mercado. Si consideramos un establecimiento con capacidad de engorde de 10 mil animales por ciclo productivo, con el paso del tiempo se acumula un gran volumen de residuos sólidos y líquidos”, contó Ciapparelli.
En este sentido, añadió: “Los efluentes producidos por las escorrentías luego de una lluvia generalmente son dirigidos hacia lagunas de acumulación, aunque no todos los establecimientos cuentan con ellas o no siempre se encuentran bien diseñadas. En cuanto a los residuos sólidos, no se sabe muy bien dónde ubicarlos, por lo que se acumulan en grandes pilas. En ambos casos, representan un foco de contaminación”.
“A pesar de que en el año 2016 salió una ley referida a los feedlots en la provincia de Buenos Aires, no se establecieron los criterios técnicos para que el productor o los profesionales que asesoran al establecimiento sepan cómo tratar y disponer estos residuos sólidos adecuadamente. No se tiene claro si conviene compostarlo o si aplicarlo al campo como fertilizante”, señaló.
Al mismo tiempo, la docente contó que desde la cátedra de Química Inorgánica y Analítica de la FAUBA, junto con el equipo de Ana García y con el apoyo de Alicia Fabrizio de Iorio, con quienes comparte cátedra, hace años estudian experiencias locales para ver los efectos de estas prácticas en el ambiente. “De esta manera, podemos demostrar la necesidad de establecer normativas con criterios específicos para manejar estos residuos”.
“Numerosas investigaciones estudiaron que el fósforo puede movilizarse por escorrentía superficial hasta los cuerpos superficiales de agua. Considerando que las precipitaciones en la región pueden superar los 1500 mm anuales, este macronutriente puede recorrer grandes distancias”, aclaró.
Además, expuso que el movimiento vertical es menos conocido. “Las partículas del suelo tienen sitios disponibles para retener –técnicamente, adsorber– el nutriente, pero los ácidos orgánicos del estiércol ocupan aquellos sitios y compiten con el fósforo. Entonces, al no quedar retenido, queda expuesto a que el agua lo movilice. Ambos movimientos –escorrentía superficial y lixiviación o dinámica vertical hacia abajo– se intensifican con la alta concentración de fósforo que caracteriza a los excrementos de estos animales”.
“Es posible utilizar como fertilizante los residuos orgánicos de los feedlots, pero es necesario continuar realizando estudios sitio-específicos, ya que un exceso puede traducirse en contaminación de napas y cuerpos de agua superficiales, como también puede generar pérdidas de productividad”, informó.
“Esto es posible con un plan de manejo de nutrientes que considere los requerimientos del cultivo, las condiciones climáticas del sitio, el aporte de nutrientes de los residuos, la frecuencia de aplicación deseada y la rotación de cultivos planificada, entre otros aspectos. Mientras realizábamos un ensayo en el sur de Santa Fe en el 2010, encontramos que una de las mejores dosis para un cultivo de trigo era de 16 toneladas por hectárea de estiércol junto a una aplicación complementaria de fertilizantes inorgánicos. Es importante resaltar que los establecimientos que no planifican la disposición final de estos residuos están perdiendo una cantidad importante de fósforo que puede ser útil a nivel productivo y económico”, cerró.
Fuente: Bichos de Campo