Luego de 15 años, China abrió su mercado para las exportaciones argentinas de carne bovina enfriada y congelada con y sin hueso y carne ovina y caprina de la Patagonia. Hasta ahora la nación asiática sólo aceptaba cortes congelados sin hueso y de menor valor. De esta forma,Argentina podría aumentar hasta en un 25% sus exportaciones de carne y aminorar el abultado déficit comercial que posee con China. La reciente decisión de Beijing se explica tanto en factores estructurales como en factores coyunturales. En cuanto a los primeros, debe considerarse que el acelerado crecimiento económico de los últimos casi 40 años se trasladó a mayores ingresos y así la sociedad china comenzó a diversificar su dieta, destacándose la carne roja. Esto puede corroborarse en el hecho de que China ya es el segundo mayor importador de carne de bife y que en 4 años duplicó sus importaciones de carnes y derivados. En 2012 importó 4.100 millones de dólares y en 2016 pasó a importar 10.200 millones.
El otro factor estructural a tener en cuenta es la geografía. A diferencia de lo que habitualmente puede pensarse, China lidera la producción mundial de muchos granos y alimentos. Gracias a sus fértiles planicies, China ha podido producir alimentos e inclusive tener saldos para la exportación. No obstante, el rápido crecimiento de las últimas décadas se devoró el saldo exportable y puso en evidencia una dura matemática: China tiene el 19% de la población mundial pero sólo el 7% de la tierra cultivable. A estos factores estructurales deben sumarse los factores coyunturales; más específicamente la política agro-alimentaria de Beijing. Recién en 2001, con el ingreso de China a la OMC, se redefinieron las políticas para compatibilizar con la normativa del GATT y se produjo el comienzo de la liberalización del sector agro-alimentario de China.
En la década de 2000, la demanda china fue la principal responsable del boom de los commodities y en 2004 pasó a ser un importador neto de alimentos (es decir, importaba más alimentos de los que exportaba). Para entonces las distintas políticas de impulso a la oferta de productos agro-alimentarios resultaban castillos de arena destinados a ser barridos por la gigantesca ola de la demanda. Finalmente, en la presente década, la dirigencia política china optó por reducir los niveles de autosuficiencia (90%, 80% o más bajos) y limitarla a alimentos y granos esenciales. En 2013 se decidió que China sólo debía tender a alcanzar la autosuficiencia en arroz, trigo y maíz, aunque tampoco en estos cultivos lo han logrado. También se admitió a las importaciones como un elemento clave en su estrategia de seguridad alimentaria. Lo que incentivó reducciones arancelarias y la eliminación de barreras sanitarias.
En 2017 fue el turno del mercado de carnes. En junio, se abrió a EE.UU.; en septiembre, se canceló la prohibición de importar carne de 49 regiones de Rusia; en noviembre se redujo la tarifa para importar ganado a pie proveniente del Norte de Australia; en diciembre se amplió el rango de carnes que podrán comprarse a Canadá, se habilitaron las importaciones de carne de Italia. En 2018, luego de la visita de Macron, China habilitó a Francia. Y finalmente, llegó el turno a nuestro país. Se trata de una oportunidad para nuestro complejo agroalimentario que no debería desaprovecharse.