A pesar de la crisis que atraviesa el sector, los tamberos en condiciones de hacerlo apuestan a las tecnologías para mejorar su producción, como en robots de ordeñe que, en promedio, aumentan el 10% el rendimiento de una vaca.
En la localidad bonaerense de María Ignacia Vela (50 kilómetros al oeste de Tandil), Jerónimo di Fonzo realiza una inversión de alrededor de US$2 millones en un tambo estabulado para 300 vacas. Estará funcionando en octubre y contará con sistema de ordeñe con cuatro robots. El objetivo es replicar, en el corto plazo, el modelo.
Hoy el productor tiene un tambo tradicional con 300 animales. La producción individual es de unos 25 litros de leche por día, en tanto que la proyección es que en el nuevo establecimiento la base sea de 35 litros diarios. “En Sudámerica, los que visitamos (con robots), se mueven entre 32 y 42 litros por día”, explicó a LA NACION.
El proyecto incluye, además de los robots de ordeñe, una cama de compost y un sistema de biogás para tratar los efluentes. El objetivo no es la producción de biogás (que incluso puede quemarse), sino reciclar la bosta y contaminar menos el ambiente.
En el galpón -que tendrá 30 metros de ancho por 170 metros de largo- los primeros 20 metros se destinan a la cama de la vaca; los 4,5 siguientes al espacio para que coma parada, y el resto es pista de alimentación por la que los barredores pasan dos veces al día sacando los deshechos. Ese estiércol es el que va a una fosa de tratamiento de efluentes y a la producción de biogás.
Di Fonzo enfatizó que la generación de biogás “no es el núcleo del proyecto, sino que busca reducir el daño ambiental y lograr un buen fertilizante no petrolado, sino de materia orgánica, que usaremos en el campo”. Ese proyecto en particular lo diseñan con una unidad de Cambio Rural.
La cama de compost se arma con entre 30 y 40 centímetros de aserrín que traerán de Entre Ríos y, a medida que la bosta cae, se va acumulando. Todos los días -dos veces- un tractor con cincel airea la materia para que se vaya degradando y se forme el compost. Durante un año, aproximadamente, la cama no se desarma; se garantiza que esté húmeda y a una temperatura de alrededor de 50 grados.
“La vaca para producir más necesita ausencia de estrés, no estar en el barro, no tener gente cerca ni competir con pares por comida -describió el productor- Mientras más cómoda y limpia está, más produce”.
El ordeñe con robots es “voluntario dirigido” (un chip en la tranquera la direcciona a la máquina o a comer) y de esa manera -a partir de una base de datos- se puede perfeccionar qué animales están aptos para más o menos ordeñes.
Los Di Fonzo se dedicaron siempre al campo pero desde 2011, cuando alquilaron un tambo, buscaron mejorar el sistema para reducir los costos productivos. “Sumamos la robotización porque creemos que es el futuro de la lechería, más para un establecimiento como el nuestro”, afirmó.
Tendencia
En los Estados Unidos y Europa, el 70% de las nuevas inversiones en tambos son robots de ordeñe, mientras que el resto es en equipos tradicionales. En la Argentina, según señaló a este diario Federico Alonso, representante de la marca holandesa Lely (líder mundial con 30.000 robots instalados en el mundo), el mercado está “cada vez más dinámico”.
La empresa desembarcó hace pocos meses en el país y trabaja en cinco tambos con 27 robots (Tandil, Trenque Lauquen, General Villegas y dos grandes en Córdoba) que estarán funcionando antes de fin de año. Todos contarán con el último modelo, el A5, lanzado este año.
El productor Diego Baudrix, de Tandil, fue el precursor en esta tecnología, ya que la empresa ofreció cambiarle los que tenía comprados A4 por el A5. Su tambo, con 420 vacas, estará funcionando en unos meses.
“La Argentina va a ser el único lugar del mundo con todos equipos de última generación. Los productores buscan un salto de tecnología que los ayude a ser más eficientes, a ordeñar bien, a usar mejor el de alimento y las horas hombre y así aprovechar más el potencial de la vaca. Están viendo que es lo que se da en Brasil, Chile, Estados Unidos”, afirmó.