Investigadores de la Facultad de Agronomía de la (FAUBA) sostuvieron que en los próximos años llegará una “tercera revolución de las Pampas” que trascenderá al modelo vigente, dominado por cultivos transgénicos, agroquímicos y siembra directa. Si bien consideraron que este tipo de producción permanecerá (aunque con prácticas más sustentables), afirmaron que podría convivir con otros sistemas intermedios de menor uso de insumos, orgánicos o agroecológicos.
La creciente demanda social ante el impacto ambiental de los insumos agrícolas también es un tema de preocupación para los docentes. Al respecto, coincidieron que la sociedad podría tener una mayor participación en la toma de decisiones sobre la producción de alimentos. Como ejemplo, citaron una investigación reciente mediante la cual se conformó una red de monitoreo con técnicos del INTA y diferentes actores de la provincia de Entre Ríos para medir el efecto del uso de glifosato sobre la calidad del agua.
Los investigadores de la FAUBA se refirieron a estos temas durante una jornada organizada en esa unidad académica para debatir sobre la producción agrícola extensiva y su impacto en la salud humana y el ambiente, con la participación de investigadores de las facultades de Medicina y de Farmacia y Bioquímica, ambas de la UBA.
Una agricultura diversa
“Estamos en el final de la segunda revolución de las Pampas y en la construcción de una tercera etapa”, dijo Emilio Satorre, profesor titular de la cátedra de Cerealicultura de la FAUBA, y agregó: “En esta nueva etapa seguramente no va primar un enfoque exclusivamente tecnológico, sino modelos de producción más integrados. No va a haber un único modelo. Van a convivir muchos modelos”.
Además, advirtió que en ese proceso “habrá que incluir a la sociedad en las decisiones y aplicar los principios ecológicos para hacer una agricultura entendiendo la naturaleza. Resulta imprescindible aceptar que las soluciones efectivas requieren un enfoque integral y multidisciplinario, y que las respuestas van a ser complejas”.
“Cuando me recibí de agrónomo, a comienzos de la década de 1980, los cultivos de cobertura y la rotación agrícolo-ganadera eran corrientes. Mi generación se crió en una agricultura muy diversa. Después vino un modelo que tendió a simplificar el proceso, en el cual se educaron los más jóvenes. Ahora hay que romper ese modelo y construir una agricultura más productiva y saludable; mucho más sustentable y amiga del medio ambiente”.
Según Satorre, quien también es coordinador académico de Investigación y Desarrollo del Movimiento CREA y miembro de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, en la agricultura extensiva se está comenzando a tomar conciencia sobre la demanda social cada vez más fuerte por el efecto de las prácticas agronómicas: “Desde lo técnico-agronómico se están cambiando las rotaciones, se está intensificando el uso de cultivos de cobertura y se está reduciendo la cantidad de productos externos, a veces por la posibilidad de bajar costos, otras veces por cuestiones productivas y, cada vez más, por una preocupación social”.
Si bien es un fenómeno incipiente, aseguró que los establecimientos están demandando cada vez más información sobre buenas prácticas y manejos racionales. “Hoy, muchos productores nos dicen que sólo quieren usar insumos de banda verde, es decir, con bajos niveles de toxicidad. Es una actitud que hay que felicitar”, comentó.
Sin embargo, Satorre aclaró que, aunque el uso de agroquímicos se expandió en gran parte por el proceso de agriculturización, según datos de los grupos CREA, desde 2000, el uso de productos menos tóxicos y la carga tóxica utilizada por unidad de producto disminuyeron notablemente. “En 1985, la toxicidad por kilogramo —es decir, la carga fitotóxica que llevaba producir una unidad de alimento— alcanzaba cerca de 47 dosis letales efectivas por kilogramo. Ahora estamos usando menos de 0,46. Significa que redujimos la fitotoxicidad de nuestra capacidad de producción en casi 100 veces”.
“En los próximos años, creo que va a bajar el uso de productos fitosanitarios por unidad de superficie. Se seguirán utilizando agroquímicos, pero de un modo más estratégico. Los productores van a reducir las dosis y quizás terminen eliminando algunos productos. Se van a consolidar insumos de menor nivel de toxicidad”, dijo, y agregó: “Tenemos muchas formas de intensificar y aumentar la producción a través de mejoras en el uso del suelo, así como de incorporar productos biológicos y tecnologías mecánicas basadas en sensores, la robótica y los satélites”.
Investigación participativa
Roberto Fernández Aldúncin, profesor asociado de la Cátedra de Ecología de la FAUBA, hizo un llamado de atención para distinguir los factores racionales de los emotivos que subyacen a la hora de argumentar a favor o en contra del uso de agroquímicos en la agricultura y, de hecho, en todo tema que superficialmente parezca ser sólo técnico. “Se puede producir de otra manera, pero me niego a pensar en blanco o negro. No hay sólo dos sistemas de producción posibles (transgénicos u orgánicos-agroecológicos). Hay muchísimos más, ya existentes o posibles, y deben ser decididos dentro de cada jurisdicción y ajustados localmente”.
“Hay trabajos en ciencias sociales que muestran cómo distintos grupos de interés pueden consensuar políticas de uso de los recursos, aunque no estén de acuerdo en todo, pero sí a partir de algunos aspectos básicos. Es un problema de construir confianza mutua, lo que se conoce como capital social”, aseguró Fernández Aldúncin, quien también es investigador independiente del Conicet en el Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas vinculadas a la Agricultura (IFEVA).
En este sentido, mostró un ejemplo de investigación participativa realizada en la provincia de Entre Ríos (publicada en la edición de agosto 2017 de la revista RIA, del INTA), que permitió estimar la concentración de glifosato en aguas superficiales y acordar prácticas agronómicas de bajo impacto ambiental.
Lo más notorio del trabajo fue la metodología empleada, porque para avanzar en la investigación se conformó una red de monitoreo con 70 integrantes de la comunidad, quienes participaron en todas las instancias, desde la selección de los 311 sitios de estudio hasta la toma de las muestras. Además, se realizó un programa de sensibilización de profesionales, productores y organismos interesados en conocer la calidad de aguas, y un taller para acordar prácticas agronómicas de bajo impacto ambiental.
“Desde el INTA convocaron a la ciudadanía para consultarle qué datos necesitaban conocer, dónde querían que los tomaran y en qué momento. Participaron ingenieros agrónomos y profesionales de los laboratorios”, dijo Fernández Alduncin, y celebró que la experiencia fue muy útil para todos los involucrados: “Los que pensaban que no había ningún problema, vieron que eso no era así. Los que pensaban que el problema era terrible, vieron que no era para tanto, sino que dependía de qué, cuándo y cuánto producto se aplicaba”.
Fernández Aldúncin puntualizó que eligió este ejemplo por ser nacional y reciente, pero que, en realidad, “forma parte de toda una corriente de co-diseño de investigación que en las últimas décadas está logrando contrarrestar la desconfianza frente a la ciencia y los expertos. De esta manera se logra un doble flujo de información en el que no sólo los datos científicos se transfieren en una atmósfera de transparencia y confianza, sino que se co-produce conocimiento relevante, útil para la mejor definición y solución de los problemas, sobre la base de las experiencias de todos los actores involucrados.
“La inclusión de la carrera de Ciencias Ambientales en la Facultad de Agronomía de la UBA respondió en parte al gran debate que nos debemos como sociedad. Era algo necesario en el país”, señaló, e indicó que en su materia, Ecología, los estudiantes de ambas carreras (Agronomía y Ciencias Ambientales) cursan juntos, lo cual permite una discusión a la vez seria y apasionada sobre el tema, que enriquece a ambos grupos. Por otra parte, destacó el rol de la UBA para educar a los consumidores, porque a mediano plazo es la demanda de alimentos seguros y de calidad la que provoca cambios en la producción.
Por: Juan M. Repetto – FAUBA