La superficie argentina sembrada con cebada estuvo por debajo de las 400.000 hectáreas desde el año 1982 hasta el 2006. A partir de ese año comenzó a crecer manteniéndose por arriba de un millón de hectáreas desde el año 2012.
Los principales motivos que motivaron este auge fueron (i) la expansión del cultivo de soja, siendo la cebada mejor antecesor que el trigo para soja, debido a que la cebada permite anticipar la cosecha respecto del trigo, (ii) las restricciones a la exportación de trigo impuestas entre los años 2008 a 2015, cultivo que liberó la mayor parte de la superficie ocupada con cebada en los últimos años, (iii) el recambio varietal que implicó la posibilidad de utilizar mayor tecnología y alcanzar mayores rendimientos, (iv) la mayor cantidad de recursos destinados a la investigación del cultivo lo que permitió mejorar el manejo y el mejoramiento genético.
Los cultivares de cebada (antes denominados “variedades”) sembrados en Argentina se dividen en pastoriles y graníferos. Los cultivares graníferos se caracterizan por presentar una alta producción de granos. Dentro de esta categoría hay cultivares cerveceros aptos para producir la malta utilizada por la industria cervecera y cultivares forrajeros destinados para la producción de granos de uso forrajero y/o silajes de planta entera. Por su parte, los cultivares pastoriles se caracterizan por su abundante producción de forraje verde (pasto) y muy buena capacidad de rebrote, siendo los principales verdeos de invierno, después de la avena y el centeno. A este tipo de cebadas se las llama de “seis hileras”, debido a que en cada nudo de la espiga hay tres espiguillas fértiles, por lo cual la espiga presenta sus granos alineados en seis hileras (Figura 2); esta característica las diferencia de la cebadas de “dos hileras” las que presentan solo la espiguilla central es fértil en cada nudo de la espiga.