Los ruidos políticos aturden y no dejan escuchar los sonidos del silencio, que a veces son los esenciales. La Argentina necesita generar competitividad, la única forma de generar divisas de modo sustentable. Bueno, estamos asistiendo a una maravillosa muestra de creación de valor competitivo. Se llama maíz.
En los primeros diez años del siglo la producción de maíz promedió las 15 millones de toneladas. Ahora, según las últimas actualizaciones conocidas esta semana, recogeremos 46,5 millones. En menos de diez años, se ha multiplicado por tres.
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Pero la gran aceleración vino con el cambio de gobierno a fines del 2015. Se sembró bajo la sombra doliente de la era K, cuyo final se preveía pero sin certeza. Macri había prometido el final de las retenciones y las restricciones a la exportación. Había esperanza, pero no certeza. Al año siguiente el horizonte se despejó, hubo mayor siembra y sobre todo, mayor uso de tecnología. La campaña 16/17 fue excelente. En la siguiente, volvió a crecer el área, pero la sequía pegó un golpe durísimo.
A pesar de que el sector quedó diezmado, los chacrers duplicaron la apuesta. El maíz es un cultivo “caro”. Sin contar con el costo del arrendamiento, sembrar una hectárea implica tres veces más inversión que la implantación de soja. Pero la recompensa era alta. Con precio internacional “lleno”, es decir, sin retenciones, la rentabilidad esperada también triplicaba a la de la soja.
El clima acompañó, más allá de aquellas imágenes que adornaban las redes sociales, que parecían regodearse con esos lotes hechos jirones por la piedra y los temporales.
Nosotros pensábamos: “cómo van a explicar el cosechón que se viene”. Porque en general la piedra y el viento acompañan la lluvia. Las regadas fueron continuas.
“Cuando más practico, más suerte tengo”, decía un golfista con sorna para explicar su buen momento. Embocaba todo. Bueno, los productores practicaron. Pusieron todo: los mejores híbridos, con las prescripciones precisas desde la cantidad de semilla, la fecha de siembra hasta la fertilización, pasando por el control de malezas. La biotecnología, con los eventos apilados para control de insectos y tolerancia a herbicidas.
Resultado: nos arrimamos a las 10 toneladas por hectárea. Prácticamente el mismo rindo que en el famoso Corn Belt de los Estados Unidos, la meca del maíz adonde abrevamos desde hace cuarenta años. Por entonces, el rinde nacional era menos de la mitad que el de los farmers. Empardamos la partida.
Prácticamente todo el crecimiento se destina a exportación. Embarcaremos más de 30 millones de toneladas, por un valor de 4.500 millones de dólares. Es el segundo producto de exportación, sólo por detrás del complejo soja, estancado en poco más de 50 millones de toneladas. Otra parte del maíz, pequeña por ahora pero en plena expansión, sale también al mundo convertida en proteínas animales.
En particular carne vacuna, donde el maíz se hizo imprescindible desde el advenimiento del feedlot. Pero también aviar y ahora porcina. Hay un cambio en la matriz del consumo doméstico, donde penetran otras carnes liberando los cortes bovinos de alto valor para la exportación. Todo eso es maíz.
Argentina es el segundo exportador mundial de maíz. Eso es bueno, pero también peligroso. La producción va a seguir aumentando. Hay que incrementar el consumo interno. Proteínas animales y energía, que se complementan vía la burlanda.
El único sector que movió la aguja de la demanda local es el del etanol, a partir de la ley que impulsó el corte de la nafta con el biocombustible. Y apenas consume el 5% de la oferta exportable. Hay muchos proyectos (de ampliación y nuevos) en las gateras. Inversiones, medio ambiente, vida interior inteligente.
Fuente: clarin